Cecilia Dreymüller22/08/2009 El País Babelia
Apenas cincuenta años han pasado desde que desapareció en su exilio moscovita Nâzim Hikmet, el poeta turco más internacional, y ya nadie en Occidente parece acordarse de su obra luminosa y esperanzadora. Un efecto secundario del derrumbe del régimen comunista fue que arrastró al olvido -cuando no al desprestigio- a muchos intelectuales y artistas políticamente perseguidos que habían buscado refugio en la antigua Unión Soviética. Y precisamente Hikmet, comunista de primera hora -que había encontrado su patria intelectual a principios de los años veinte en el Moscú de las vanguardias-, había mantenido un incorruptible compromiso crítico: en la Rusia estalinista provocó un escándalo mayúsculo con su obra de teatro ¿Realmente existió Iván Ivanovich?, una agresiva sátira sobre la burocracia de partido y el culto al líder.
La obra prolífica de Hikmet -o lo que queda de ella, ya que parte se perdió en la fuga a Rusia, fue destruida por la policía turca- opera frecuentemente con la contundencia afirmativa del realismo social. Sin duda, corresponde a un defensor apasionado del comunismo (por otra parte, absolutamente antidoctrinario).
Pero también seduce por la dulzura del sentimiento, la amplitud de miras, y sobre todo por el entusiasmo de soñador romántico que el sexagenario autor de los Poemas finales conservó. El segundo tomo de los Últimos poemas, que cierra un meritorio proyecto de traducción, iniciado hace diez años por Fernando García Burillo, da fe de las cualidades de la obra de madurez de Hikmet, de su autenticidad, transparencia y concisión: “Soledad: pan de recuerdos que no llena”. Aunque, indudablemente, el libro está marcado por la conciencia de que al gravemente enfermo del corazón le quedaban pocos años: “Dentro de mí está la noche de la gran separación". Una curiosidad añadida de los Poemas finales representan aquellos versos que expresan el fuerte vínculo emocional de Hikmet con España (“España es una rosa de sangre abierta en nuestro pecho"), manifiesto en el poema carta a Blas de Otero, y del que se hace eco el precioso, crepuscular pórtico de Antonio Gamoneda.
Más Finales II
Antonio Colinas.
27 de febrero de 2009 - El Cultural
En España hemos tenido una difusión tardía de la obra del poeta turco Nazim Hikmet (1901-1963), aunque guardamos un particular y temprano recuerdo de la versión parcial que el poeta turco-sefardí Solimán Salom -asiduo en las tertulias madrileñas de los años 60- nos ofreció en uno de los selectos volúmenes de la primera etapa de la colección Adonais (Poetas turcos contemporáneos, 1959). Luego llegarían la antología publicada por Visor (1970) y Duro oficio del exilio (Batlló, 1976, preparada sobre la que había hecho el argentino Alfredo Varela). El libro que hoy comentamos es complementario del que Las Ediciones de Oriente había publicado en 2000 (Últimos poemas.I). Estos poemas finales fueron escritos prácticamente durante los dos últimos años de su vida y, bajo este punto de vista, poseen esa significación profunda que sólo puede transmitirnos un ser humano que hizo de la lucha y del testimonio político una razón de ser tan poderosa como su misma poesía.
Nacido en Salónica, en 1901, cuando esta ciudad se hallaba integrada en el Imperio Otomano, Nazim fue hijo de un alto funcionario turco allí destinado. Sus raíces creativas son inseparables de su activismo político, ligado a su pertenencia al partido comunista y, en concreto, a una febril actividad periodística a lo largo de los años 20 y 30, que le llevara a la persecución por parte de las autoridades de su país; primero a breves encarcelamientos y más tarde, en 1938, a 12 años de prisión. Una campaña emprendida por intelectuales de todo el mundo, encabezada por Tristan Tzara, logró su liberación. Vida y obra están, por tanto, traspasadas por la inquietud social, pero lo que el Tzara reconoció como la “resonancia afectiva” de la poesía de Hikmet es lo primordial en su obra: un humanismo directo, sin fronteras, que el poeta aborda desde un lenguaje fuerte y novedoso.
Son estos atormentados (y serenos) poemas finales como páginas de un Diario que el poeta arranca a los lugares que visita (Tallin, Tanganica, Berlín y Moscú). A veces, un solo símbolo -como el árbol del poema “árbol de Año Nuevo”, escrito en Estonia- le sirve para ponernos de relieve un macrocosmo que es consustancial a esta poesía última, y que está hecho a la vez de un lirismo y de un realismo desnudos, en los que “oscuras torres góticas y chimeneas de fábricas” contienden con los símbolos perennes. Son los símbolos que luego, en un poema escrito en Berlín, adquieren nuevos nombres, y que anulan la angustia de la “separación” de la “enferma” que está muriendo en la lejanía.
Como ya sucediera en otro gran poeta testimonial que nunca renunció al lirismo, Pablo Neruda, las miradas de Hikmet tienden a contemplar lo planetario más allá de lo local. Siempre es el realismo el que se revela en sentimientos y figuras comunales. Así, en los 10 poemas-carta que escribe en Dar es Salam, capital de Tanganica, hace una lectura de la realidad a través de la vida cotidiana; aunque en esa sucesión de imágenes, el hilo lírico sea más débil y es la realidad y la Historia la que retorne al poema para intensificarlo y sacudir al lector.
Como otro gran poeta turco del pasado siglo, Ilhar Berk, Hikmet contempló el mundo y los seres humanos con los ojos “bien abiertos y bien jóvenes”. Es esta mirada imperturbable la que observa y pasa la información al pensamiento y al sentimiento del poeta, que, a continuación, denuncian. Pero, al final de su vida son el amor y muerte las que cuentan para un humano; son como su testamento poético al trenzarse en el breve poema último como un resumen de una vida asediada por el dolor: “Me dijo por qué no vienes/ por qué no te quedas/ por qué no sonríes/ por qué no mueres/ He venido/ He quedado/ He sonreído/ He muerto”.
Gotas como racimos de uva
Jaime Siles.
22 de febrero de 2009 - ABCD las Letras - Número: 891
Lo que caracteriza la lírica del último Hikmet es que la órbita del poema no sigue otro trayecto que el que brota de su propia conciencia y al que una sentimentalidad nada romántica hace transcurrir también por el concreto mapa de su imaginación, haciendo que en sus versos se mezclen muchas cosas y que el intenso tejido que las une sea a la vez único y común -que consista en «echar un cubo al pozo» que su yo lleva dentro y en «sacar agua de él».
No todos sus poemas participan en y de este mismo espíritu: los menos líricos se sirven de determinadas divinidades de la mitología anatolia para, a través de ellas, articular un canto de defensa de la libertad. Son los más políticamente militantes, pero también los que de todo este conjunto despiertan menos interés, ya que sucumben a la fuerza inercial del tópico, y el resultado estético obtenido queda muy por debajo de su noble intención. No otro es el precio que el poema político a menudo se ve forzado a pagar.
Pero la poesía política de Nâzim Hikmet se distingue en que la circunstancia que origina el poema no somete a éste ni a un tematismo fácil ni a un esquema reductor, sino que hace del sujeto que lo expresa -y por tanto también de quien lo lee- una atenta conciencia vigilante, solidaria del dolor de los otros, que ve reflejado también en el propio yo. Hikmet da dimensión poética a la poesía política y logra que el poema supere las limitaciones de dicción que podrían convertirse en su lastre.
Una fotografía en la prensa. «Árbol de Año Nuevo» es un ejemplo de la compleja simultaneidad de lo íntimo, y «Revista militar», una muestra de escritura testimonial. Así lo indica la delicada maquinaria y la perfecta estructuración que lo informa, con la precisa anécdota de la que parte y el conciso desarrollo que su autor le da. Personalmente prefiero el primero de ellos al segundo, pero no puedo dejar de admirar la arquitectura y el tono epigramático de éste, que tiene su origen en una fotografía publicada en la Prensa y que se amplía hasta constituirse en palabra moral.
En Hikmet lo ideológico nunca llega a anular lo estético, que, en su obra, se alimenta de un correlato inteligible. De ahí sus símiles y sus comparaciones siempre claras.
Y es que -como dice uno de sus poemas más líricos y culturalistas- ha «bebido de todas las fuentes de Roma», y eso se nota no sólo en los referentes que utiliza, sino en su respeto a la religiosidad, patente en los versos titulados «Los rostros de nuestras mujeres». Pero su esperanza y su convencimiento son que la poesía sirva «a la causa de la libertad». Así lo expresa en «A los escritores de Asia y África», o en el que dedica a pedir el apoyo internacional a Antoine Gizenga.
Los últimos poemas de Hikmet parecen formarse a partir de dos claves: una de compromiso, y otra, de introspección. La primera genera los textos de carácter más inmediato y que podríamos llamar puntuales; la segunda, en cambio, produce textos que -como «Parece que amé»- se caracterizan por lo inesperado de su desarrollo y lo complejo de su textualidad. Pero, junto a estas dos grandes líneas, hay otras vertientes, en las que abunda el retrato de personas queridas e instantáneas líricas como ésta: «Enormes gotas de lluvia como un racimo de uvas».
Más que la metáfora moderna, Hikmet utiliza -como ya se ha dicho- el símil y la comparación. Lo que facilita el acceso del lector a un sistema referencial coincidente con -o reconocible por- su propio horizonte de expectativa. Pero estos poemas -hay que decirlo- no son en sí un libro ni constituyen tampoco una unidad: tienen -eso sí- la coherencia que la cosmovisión de su autor les otorga, pero sólo esa. Lo que no significa que carezcan de valor en sí: lo tienen como poemas, pero no llegan a configurar su mundo en libro.
Clima de confidencia. Abundan el apunte a vuelapluma, la nota de diario, el dibujo y el trazo, más que los poemas de extenso recorrido; y, sin embargo, hasta en los más breves, hay notabilísimos hallazgos como los que suponen el poema-reportaje y la calidad de su lírica amorosa. En ésta cobra especial relieve su clima de confidencia; en aquéllos, la capacidad del autor para unificar diferentes planos de la realidad y constituirlos en estados de conciencia.
Estos Poemas finales de Nâzim Hikmet completan la fase anterior recogida en Últimos poemas, publicados en el año 2000 también por Ediciones del Oriente y del Mediterráneo, pero tienen, además, otro interés: que Fernando García Burillo explica las relaciones de Hikmet con Hispanoamérica y España, sobre los testimonios de Neruda y Nicolás Guillén, las versiones al vasco, hechas por Gabriel Aresti, y los poemas intercambiados entre el poeta turco y Blas de Otero. Nuestro país fue para Hikmet una referencia: su poema «España», incluido aquí, lo demuestra.
La prensa turca se hace eco del interés en España por Nâzim Hikmet
Carta de España
Altug Akin