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Halil escribe desde la cárcel a su mujer, Aysé


Mientras contempla la noche
            desde una ventana de la cárcel,
            Halil escribe a Aysé, su mujer.
« Mi amor,
en la palma de mi mano
la canción de tus cabellos.
Aunque a seiscientos kilómetros de distancia,
            estás junto a mí...
Pero cambiemos de tema.
En este año de 1941
no vamos a ponernos a hablar de nosotros dos,
aún no soy tan atrevido.
Mi amor,
mira la lámpara pintada de azul
            que luce
                        ante la casita blanca
                                  junto al camino
que el claro de luna ilumina.
En el jardín, la armería
                        y árboles:
                                    morera, acacia, ciruelo.
También hay un cenador,
                        pero no lo distingo.
Uno de agosto,
las noches aún son cortas.
Toques de silbato de los guardias.
El camino está desierto.
Las nubes se pasean por la mitad del cielo.
El que así llega, tan furioso,
                        es el tren de Zonguldak.
A pesar del claro de luna,
en la otra mitad del cielo
                        hay estrellas
                               junto a las montañas.
El tren ha cruzado el puente de hierro
                        por detrás de los álamos.
                        ...
La ciudad nueva está junto a la estación.
Sus luces azulean entre los árboles.
Oigo la voz de una mujer.
Gritos de niños.
Se me hace un nudo en la garganta
                        me invade una terrible nostalgia.
Pasan muy despacio
las fantasmales sombras
                        de dos hombres,
                                    uno al lado del otro.
Supongo que funcionarios,
                        muy dignos y muy cansados.
Iban en silencio.
...
El tren vuelve a partir:
su agudo silbido resuena
            como los oídos cuando silban.
Como silban tus oídos, amada mía.
...
Ante una ventana
de la cárcel,
Halil abandona la carta que escribe
                        a su mujer Aysé
y relee por quinta vez
la carta que llegó por la mañana.
Y estaba feliz y contento como el agua que corre libre.
Aysé decía en su carta:
«Estoy tumbada frente a la ventana,
con una manta hasta las rodillas,
y me embarga un dulce calor.
Se divisan los campos,
tan hermosos,
                        y la colina de Çamlïya.
El tiempo está muy calmado.
Los sonidos producen curiosos ecos.
Están labrando el campo que está junto a nuestro jardín.
Dos bueyes,
un hombre tira del arado por delante
y otro lo conduce por detrás.
La tierra se hincha.
La mano del hombre sobre la tierra rebosante de vida.
Miro sorprendida
            con cuánta facilidad, con cuánta naturalidad
hacen un trabajo tan duro,
            tan importante.
Desde esta mañana han dado nueva vida a un enorme trozo de tierra.
Me pregunto qué irán a sembrar.
Te lo escribiré.
Ya está anocheciendo.
Los cuervos regresan de la escuela.
Así se decía cuando yo era niña.
Así dice también tu hija Leyla.
La casa se ha quedado a oscuras.
Enciendo la lámpara
y me miro en el espejo.
La mujer que tiene un marido preso pasa el tiempo mirándose en el espejo,
                                                            a todas horas.
Lo necesita más que las demás mujeres,
                                    pues teme envejecer.
Quiere gustar a su amado cuando lo pongan en libertad,
aunque sea treinta años después,
¿qué importa?
La mujer del espejo aún no es vieja,
es pelirroja
            y sus ojos
                        a veces son verdes
                                    y a veces color de miel».
Halil dobló la carta de Aysé
                        se la guardó en el bolsillo
y siguió escribiendo su inacabada respuesta:
«Mi único amor,
claro que eres pelirroja
y tus ojos
            a veces son verdes
               y a veces color de miel.
¡Así que te has dado cuenta!
Cualquiera habría podido verlo.
Pero aunque así sea,
            yo he sido el primero
                        pues soy el primero que lo he escrito.
Y en este mundo
nadie ha dicho estas palabras
            antes que yo.
                        ...
Pues claro que eres pelirroja
y tus ojos
a veces son verdes
                        y a veces color de miel.
Pero hay otra cosa que tal vez desconoces:
tus manos son maravillosas.
                        ...
Mi único amor,
recuerda que no íbamos a hablar de nosotros
en este año de 1941.
Existe el mundo,
            y nuestro país,
                        el hambre, la muerte,
                                    la nostalgia,
                                                la esperanza y la victoria,
juntos con el mundo y nuestro país
y dentro de ellos
            estamos los dos en este instante con nuestra separación y nuestro amor.
Nâzim Hikmet, Turquía, 1941 [extraído de Paisajes humanos de mi país, 1966, y publicado en La prisión donde vivo: antología del PEN de escritores encarcelados, con prólogo de Joseph Brodsky y en traducción de Fernando García Burillo (Barcelona, Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores, 1998, pp. 149-153)]

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