lunes, 16 de diciembre de 2024

Paisajes humanos de mi país

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Paisajes humanos de mi país es la obra más importante del poeta. La escribió durante los trece años consecutivos que pasó en las cárceles de su país. Con esta obra quiso crear un género nuevo que reuniera poesía, prosa, teatro y cine para reflejar las múltiples facetas de su país en aquellos años que coincidieron con el ascenso de los fascismos y la Segunda Guerra Mundial.

 

El 7 de abril de 1950, cuando ya llevaba a sus espaldas 13 años largos de cárcel, el poeta emprendió una huelga de hambre en demanda de su liberación. Esta acción encontró el respaldo del Comité para la liberación de Nâzım Hikmet, presidido por Tristan Tzara, y otros organismos internacionales. En la propia Turquía se sumaron a su huelga de hambre los escritores Kemal Tahir y Orhan Kemal, también encarcelados, y los poetas Orhan Veli, Oktay Rifat y Melih Cevdet, integrantes del grupo poético Garip (Extraño). Finalmente, tras la amnistía general decretada por el Partido Demócrata al ocupar el poder, Nâzım recobró la libertad en unión de varios miles de presos el 14 de julio de 1950.

No obstante, poco después, ante las constantes amenazas que recibía, decidió escapar en una comprometida y arriesgada huida por mar y exiliarse en la Unión Soviética. Murió en Moscú el 3 de junio de 1963.

 

¿Tiene sentido publicar en el siglo que parece sellar la victoria incontestable del capitalismo la obra de un poeta comunista turco muerto en Moscú hace más de sesenta años?
Un poeta que nunca renegó de su creencia en un mundo sin explotadores ni explotados, lo que le valió largas estancias en prisión, la última de trece años, que en gran parte dedicó a escribir Paisajes humanos de mi país, un ambicioso reto de crear una obra que, desde el materialismo dialéctico, ofreciera una visión global de la sociedad turca en la que el pueblo fuera también protagonista.
Pero se equivoca quien piense que Paisajes humanos de mi país es una obra más enmarcada dentro del llamado realismo socialista. El desafío a las normas clásicas de representación iniciado por las vanguardias artísticas en los primeros años del siglo xx alcanzó también a la literatura. Stéphane Mallarmé ya había publicado en 1897 su «Jamais un coup de dés n’abolira le hasard», iniciando la serie de poemas tipográficos a la que, rompiendo la disposición espacial clásica y empleando varios estilos y tamaños de letra, se sumaron Guillaume Apollinaire con sus caligramas («Il pleut», con los versos en sentido vertical), Marinetti (con sus «parole in libertà») y los poetas rusos Aleksei Kruchenykh y Vladimir Mayakovsky. El futurismo, el surrealismo, la abstracción geométrica, el movimiento Dadá, el cubismo, el cubofuturismo, la Bauhaus, el constructivismo, el collage, el fotomontaje, el zaum… son solo algunas de las expresiones de ese magma vanguardista que pugnaba por abrirse paso desafiando los anquilosados preceptos de la burguesía y se proponía dar «una bofetada al gusto público en defensa del arte, la poesía, la prosa y el ensayo libres».
En la URSS, durante los años que van desde 1917 a 1924, año de la muerte de Lenin, pese a la guerra civil y la intervención extranjera, cristalizaron todos aquellos movimientos de vanguardia, y Moscú se convirtió en la capital cultural del mundo. La poesía, la pintura, el teatro, la fotografía, el cine vivieron un momento de esplendor que aún sobrevivió unos años hasta que en la década de los años treinta se impusieran el realismo socialista y la paranoia represiva de Stalin. Aquellos primeros años de construcción del socialismo, con su efervescencia cultural y su igualitarismo militante dejaron una profunda huella en el escritor, que había estudiado en la Universidad Comunista de los Trabajadores del Este entre 1921 y 1924, pudo conocer a Mayakovsky y, sobre todo, el nuevo teatro producido por Stanislavsky, Meyerhold, Vajtángov… Años después Hikmet declaró que la influencia del teatro soviético en su obra fue más determinante que la de la poesía, y en particular, la de Mayakovsky, con quien la crítica siempre lo relacionó.
Tras un breve regreso a Turquía, al ser condenado a quince años de cárcel acusado de actividades comunistas por sus colaboraciones en la revista Aydınlık (Claridad), huyó de nuevo a la urss, lo que le permitió retomar contacto con las vanguardias rusas, frente a las cuales aún no se había alzado la maquinaria estalinista. Con Nicolai Ekk, el discípulo de Meyerhold con quien ya había colaborado en un grupo universitario de teatro, fundó metla, el Teatro-Estudio Leninista de Moscú, en el que representaban piezas cortas de marcado carácter político recurriendo a técnicas cinematográficas e incorporando elementos sacados del cabaret, el circo y el mimodrama, en la línea de las propuestas escénicas de Meyerhold.
Nazim Hikmet regresó a Turquía en julio de 1928, en un momento en el que la situación en la URSS, tras la celebración del XV Congreso del PCUS en diciembre de 1927, con la ratificación de la expulsión de Trotsky, Zinóviev y la oposición de izquierdas, se iniciaba el proceso que culminaría con las grandes purgas de los años treinta, cuyo alcance no llegaría a conocer parcialmente hasta su tercer regreso a la URSS tras su excarcelación en 1950.
La primera estancia en la cárcel de Hikmet se produjo precisamente al volver a pisar suelo turco en 1928, acusado de usar una falsa identidad y de pertenecer a una organización comunista. Tras unos meses en la cárcel y retomar sus colaboraciones en la revista Resimli Ay (Luna ilustrada), en abril de 1929 publicó su primer libro de poesía en Turquía, 835 líneas, con poemas de clara influencia constructivista, seguido de La Gioconda y Si-Ya-U, 3 golpes, 1 + 1 = 1, La ciudad que perdió la voz y ¿Por qué se mató Benerci? Entre tanto, la represión en la Unión Soviética contra toda clase de disidencia había alcanzado al Partido comunista turco, fracturado por la vida en clandestinidad y las detenciones, e Hikmet fue expulsado en agosto de 1932, acusado de querer más democracia interna y libertad para criticar las decisiones del Comintern. Un año antes el Gobierno había decretado el cierre de Resimli Ay, y en 1933 Hikmet fue de nuevo detenido tras el secuestro de su último libro El telegrama que llegó de noche. Salió en libertad al año siguiente tras una amnistía, pero lo cierto es que las denuncias y las detenciones se sucedieron en la década 1929-1938 a un ritmo tal que, como expresan sus biógrafos, Saime Göksu y Edward Timms, «es difícil hacer un seguimiento de todos los cargos contra él», a pesar de lo cual fueron años de intensa actividad, pues, además de publicar dos nuevos libros, Cartas a Taranta-Babu en 1935 y La epopeya del jeque Bedreddin hijo del cadí de Simavna en 1936, colaboraba bajo seudónimo en los periódicos Akşam, Tam y Son Posta, y trabajó como guionista y actor de doblaje para los estudios İpek Film, ejerciendo de ayudante de dirección en varias películas producidas por el director Muhsin Ertuğrul, renovador del cine turco en aquellos años. De hecho, el poeta ya había escrito un guion, basado en un relato de Selma Lagerlöf, durante su estancia de dieciséis meses en la cárcel de Bursa entre los años 1933-34. El propio Nâzım dirigió y escribió dos documentales (Sinfonía de Estambul y Sinfonía de Bursa, ambos en 1934) y un largometraje (Hacia el sol, estrenado en 1937).
Nâzım Hikmet escribió buena parte de su obra (Poemas de las horas 21-22, Desde las cuatro cárceles, Rubayat) a lo largo de los trece largos años de prisión ininterrumpida que pasó en diferentes cárceles de su país, desde su última condena por un tribunal militar en 1938 y su liberación en julio de 1950, tras una considerable movilización internacional y una huelga de hambre que puso en grave peligro su vida, pero la obra a la que se dedicó con indesmayable entusiasmo durante aquellos años de plomo fue Paisajes humanos de mi país.
Nâzım enviaba todo lo que escribía a Piraye, su mujer, que de esta manera se convirtió en la depositaria de toda la obra escrita por el poeta en prisión y muy particularmente de las aproximadamente 66000 líneas que Nâzim calculaba haber escrito de Paisajes humanos. Una parte considerable se perdió en los cajones de la censura penitenciaria y otra como consecuencia de las azarosas circunstancias que tocaron vivir al poeta y a sus próximos. Y, finalmente, otra debió de ser suprimida por él mismo: probablemente, la coherencia interna del poema exigió primar los paisajes más humanos sobre los puramente patrióticos. La edición turca de Paisajes humanos de mi país no apareció hasta 1966, es decir, dieciséis años después de que el poeta abandonara su país y tres después de su muerte en Moscú.
Con esta obra Nâzim Hikmet se propuso romper las fronteras entre los diversos géneros literarios. De hecho, en este largo poema encontramos frecuentes escenas dialogadas, incursiones en la historia y, sobre todo, una composición cinematográfica, una arquitectura que debe mucho a la técnica del guion cinematográfico. Desde el comienzo del poema, en la estación de Haydarpaşa, en la orilla asiática del Bósforo, el tren cumple una doble función. Por un lado, es el escenario donde intervienen —además de los presos, entre ellos Halil, trasunto del poeta— una multitud de personajes que, a través de sus conversaciones y ensoñaciones, le permiten proyectar frente al lector —como el espejo stendhaliano, pero también como lo haría una pantalla de cine— su visión de la sociedad. Mientras los diálogos ahondan la caracterización física que hace de los protagonistas, sus recuerdos —a manera de secuencias retrospectivas o flashback— permiten al poeta retrotraer también en el tiempo su particular visión de su país. El tren es también un trávelin que, en un prolongado recorrido circular que se inicia y acaba en Estambul, pautado por los traslados de los presos, recorre las tierras de Anatolia describiendo, a la manera en que se suceden las escenas en un guion cinematográfico, momentos clave de la historia de Turquía como la participación popular en la guerra de Independencia.
Pero también, en coherencia con su aproximación marxista, en las escenas que se suceden en los trenes retrata un conjunto de personajes que ilustran la estructura de la sociedad turca en la década de 1940. Así, en el modesto vagón de tercera clase número 510 del tren correo, en un compartimento viajan los presos custodiados por los gendarmes; en otro, una compañía de comediantes; otro está reservado a las mujeres; y en los otros un conjunto de personajes representativos de las capas bajas y medias de la sociedad (un cochero, un contable, un estudiante, el alcalde de una aldea circasiana, un guardafrenos, tres excombatientes de la guerra de Independencia, uno de los «antiguos griegos»…). Mientras que en el lujoso vagón restaurante del expreso de Anatolia, nos muestra a los burgueses y los prohombres del régimen.
La vida cotidiana en la cárcel es el otro pilar en que se sustenta Paisajes: sus compañeros de infortunio y sus peripecias o el emocionado seguimiento entre los presos de la resistencia popular en Rusia contra la invasión nazi. Pero también la vida íntima de ese preso llamado Halil que espera impaciente las cartas de su mujer, le flaquea la vista, se convierte en artesano carpintero para ganar unas monedas y ejerce de mentor y maestro de otros presos.

 

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