lunes, 16 de diciembre de 2024

Paisajes humanos de mi país

Nazım-Hikmet-Paısajes-humanos-de-mi-país

 

Paisajes humanos de mi país es la obra más importante del poeta. La escribió durante los trece años consecutivos que pasó en las cárceles de su país. Con esta obra quiso crear un género nuevo que reuniera poesía, prosa, teatro y cine para reflejar las múltiples facetas de su país en aquellos años que coincidieron con el ascenso de los fascismos y la Segunda Guerra Mundial.

 

El 7 de abril de 1950, cuando ya llevaba a sus espaldas 13 años largos de cárcel, el poeta emprendió una huelga de hambre en demanda de su liberación. Esta acción encontró el respaldo del Comité para la liberación de Nâzım Hikmet, presidido por Tristan Tzara, y otros organismos internacionales. En la propia Turquía se sumaron a su huelga de hambre los escritores Kemal Tahir y Orhan Kemal, también encarcelados, y los poetas Orhan Veli, Oktay Rifat y Melih Cevdet, integrantes del grupo poético Garip (Extraño). Finalmente, tras la amnistía general decretada por el Partido Demócrata al ocupar el poder, Nâzım recobró la libertad en unión de varios miles de presos el 14 de julio de 1950.

No obstante, poco después, ante las constantes amenazas que recibía, decidió escapar en una comprometida y arriesgada huida por mar y exiliarse en la Unión Soviética. Murió en Moscú el 3 de junio de 1963.

 

¿Tiene sentido publicar en el siglo que parece sellar la victoria incontestable del capitalismo la obra de un poeta comunista turco muerto en Moscú hace más de sesenta años?
Un poeta que nunca renegó de su creencia en un mundo sin explotadores ni explotados, lo que le valió largas estancias en prisión, la última de trece años, que en gran parte dedicó a escribir Paisajes humanos de mi país, un ambicioso reto de crear una obra que, desde el materialismo dialéctico, ofreciera una visión global de la sociedad turca en la que el pueblo fuera también protagonista.
Pero se equivoca quien piense que Paisajes humanos de mi país es una obra más enmarcada dentro del llamado realismo socialista. El desafío a las normas clásicas de representación iniciado por las vanguardias artísticas en los primeros años del siglo xx alcanzó también a la literatura. Stéphane Mallarmé ya había publicado en 1897 su «Jamais un coup de dés n’abolira le hasard», iniciando la serie de poemas tipográficos a la que, rompiendo la disposición espacial clásica y empleando varios estilos y tamaños de letra, se sumaron Guillaume Apollinaire con sus caligramas («Il pleut», con los versos en sentido vertical), Marinetti (con sus «parole in libertà») y los poetas rusos Aleksei Kruchenykh y Vladimir Mayakovsky. El futurismo, el surrealismo, la abstracción geométrica, el movimiento Dadá, el cubismo, el cubofuturismo, la Bauhaus, el constructivismo, el collage, el fotomontaje, el zaum… son solo algunas de las expresiones de ese magma vanguardista que pugnaba por abrirse paso desafiando los anquilosados preceptos de la burguesía y se proponía dar «una bofetada al gusto público en defensa del arte, la poesía, la prosa y el ensayo libres».
En la URSS, durante los años que van desde 1917 a 1924, año de la muerte de Lenin, pese a la guerra civil y la intervención extranjera, cristalizaron todos aquellos movimientos de vanguardia, y Moscú se convirtió en la capital cultural del mundo. La poesía, la pintura, el teatro, la fotografía, el cine vivieron un momento de esplendor que aún sobrevivió unos años hasta que en la década de los años treinta se impusieran el realismo socialista y la paranoia represiva de Stalin. Aquellos primeros años de construcción del socialismo, con su efervescencia cultural y su igualitarismo militante dejaron una profunda huella en el escritor, que había estudiado en la Universidad Comunista de los Trabajadores del Este entre 1921 y 1924, pudo conocer a Mayakovsky y, sobre todo, el nuevo teatro producido por Stanislavsky, Meyerhold, Vajtángov… Años después Hikmet declaró que la influencia del teatro soviético en su obra fue más determinante que la de la poesía, y en particular, la de Mayakovsky, con quien la crítica siempre lo relacionó.
Tras un breve regreso a Turquía, al ser condenado a quince años de cárcel acusado de actividades comunistas por sus colaboraciones en la revista Aydınlık (Claridad), huyó de nuevo a la urss, lo que le permitió retomar contacto con las vanguardias rusas, frente a las cuales aún no se había alzado la maquinaria estalinista. Con Nicolai Ekk, el discípulo de Meyerhold con quien ya había colaborado en un grupo universitario de teatro, fundó metla, el Teatro-Estudio Leninista de Moscú, en el que representaban piezas cortas de marcado carácter político recurriendo a técnicas cinematográficas e incorporando elementos sacados del cabaret, el circo y el mimodrama, en la línea de las propuestas escénicas de Meyerhold.
Nazim Hikmet regresó a Turquía en julio de 1928, en un momento en el que la situación en la URSS, tras la celebración del XV Congreso del PCUS en diciembre de 1927, con la ratificación de la expulsión de Trotsky, Zinóviev y la oposición de izquierdas, se iniciaba el proceso que culminaría con las grandes purgas de los años treinta, cuyo alcance no llegaría a conocer parcialmente hasta su tercer regreso a la URSS tras su excarcelación en 1950.
La primera estancia en la cárcel de Hikmet se produjo precisamente al volver a pisar suelo turco en 1928, acusado de usar una falsa identidad y de pertenecer a una organización comunista. Tras unos meses en la cárcel y retomar sus colaboraciones en la revista Resimli Ay (Luna ilustrada), en abril de 1929 publicó su primer libro de poesía en Turquía, 835 líneas, con poemas de clara influencia constructivista, seguido de La Gioconda y Si-Ya-U, 3 golpes, 1 + 1 = 1, La ciudad que perdió la voz y ¿Por qué se mató Benerci? Entre tanto, la represión en la Unión Soviética contra toda clase de disidencia había alcanzado al Partido comunista turco, fracturado por la vida en clandestinidad y las detenciones, e Hikmet fue expulsado en agosto de 1932, acusado de querer más democracia interna y libertad para criticar las decisiones del Comintern. Un año antes el Gobierno había decretado el cierre de Resimli Ay, y en 1933 Hikmet fue de nuevo detenido tras el secuestro de su último libro El telegrama que llegó de noche. Salió en libertad al año siguiente tras una amnistía, pero lo cierto es que las denuncias y las detenciones se sucedieron en la década 1929-1938 a un ritmo tal que, como expresan sus biógrafos, Saime Göksu y Edward Timms, «es difícil hacer un seguimiento de todos los cargos contra él», a pesar de lo cual fueron años de intensa actividad, pues, además de publicar dos nuevos libros, Cartas a Taranta-Babu en 1935 y La epopeya del jeque Bedreddin hijo del cadí de Simavna en 1936, colaboraba bajo seudónimo en los periódicos Akşam, Tam y Son Posta, y trabajó como guionista y actor de doblaje para los estudios İpek Film, ejerciendo de ayudante de dirección en varias películas producidas por el director Muhsin Ertuğrul, renovador del cine turco en aquellos años. De hecho, el poeta ya había escrito un guion, basado en un relato de Selma Lagerlöf, durante su estancia de dieciséis meses en la cárcel de Bursa entre los años 1933-34. El propio Nâzım dirigió y escribió dos documentales (Sinfonía de Estambul y Sinfonía de Bursa, ambos en 1934) y un largometraje (Hacia el sol, estrenado en 1937).
Nâzım Hikmet escribió buena parte de su obra (Poemas de las horas 21-22, Desde las cuatro cárceles, Rubayat) a lo largo de los trece largos años de prisión ininterrumpida que pasó en diferentes cárceles de su país, desde su última condena por un tribunal militar en 1938 y su liberación en julio de 1950, tras una considerable movilización internacional y una huelga de hambre que puso en grave peligro su vida, pero la obra a la que se dedicó con indesmayable entusiasmo durante aquellos años de plomo fue Paisajes humanos de mi país.
Nâzım enviaba todo lo que escribía a Piraye, su mujer, que de esta manera se convirtió en la depositaria de toda la obra escrita por el poeta en prisión y muy particularmente de las aproximadamente 66000 líneas que Nâzim calculaba haber escrito de Paisajes humanos. Una parte considerable se perdió en los cajones de la censura penitenciaria y otra como consecuencia de las azarosas circunstancias que tocaron vivir al poeta y a sus próximos. Y, finalmente, otra debió de ser suprimida por él mismo: probablemente, la coherencia interna del poema exigió primar los paisajes más humanos sobre los puramente patrióticos. La edición turca de Paisajes humanos de mi país no apareció hasta 1966, es decir, dieciséis años después de que el poeta abandonara su país y tres después de su muerte en Moscú.
Con esta obra Nâzim Hikmet se propuso romper las fronteras entre los diversos géneros literarios. De hecho, en este largo poema encontramos frecuentes escenas dialogadas, incursiones en la historia y, sobre todo, una composición cinematográfica, una arquitectura que debe mucho a la técnica del guion cinematográfico. Desde el comienzo del poema, en la estación de Haydarpaşa, en la orilla asiática del Bósforo, el tren cumple una doble función. Por un lado, es el escenario donde intervienen —además de los presos, entre ellos Halil, trasunto del poeta— una multitud de personajes que, a través de sus conversaciones y ensoñaciones, le permiten proyectar frente al lector —como el espejo stendhaliano, pero también como lo haría una pantalla de cine— su visión de la sociedad. Mientras los diálogos ahondan la caracterización física que hace de los protagonistas, sus recuerdos —a manera de secuencias retrospectivas o flashback— permiten al poeta retrotraer también en el tiempo su particular visión de su país. El tren es también un trávelin que, en un prolongado recorrido circular que se inicia y acaba en Estambul, pautado por los traslados de los presos, recorre las tierras de Anatolia describiendo, a la manera en que se suceden las escenas en un guion cinematográfico, momentos clave de la historia de Turquía como la participación popular en la guerra de Independencia.
Pero también, en coherencia con su aproximación marxista, en las escenas que se suceden en los trenes retrata un conjunto de personajes que ilustran la estructura de la sociedad turca en la década de 1940. Así, en el modesto vagón de tercera clase número 510 del tren correo, en un compartimento viajan los presos custodiados por los gendarmes; en otro, una compañía de comediantes; otro está reservado a las mujeres; y en los otros un conjunto de personajes representativos de las capas bajas y medias de la sociedad (un cochero, un contable, un estudiante, el alcalde de una aldea circasiana, un guardafrenos, tres excombatientes de la guerra de Independencia, uno de los «antiguos griegos»…). Mientras que en el lujoso vagón restaurante del expreso de Anatolia, nos muestra a los burgueses y los prohombres del régimen.
La vida cotidiana en la cárcel es el otro pilar en que se sustenta Paisajes: sus compañeros de infortunio y sus peripecias o el emocionado seguimiento entre los presos de la resistencia popular en Rusia contra la invasión nazi. Pero también la vida íntima de ese preso llamado Halil que espera impaciente las cartas de su mujer, le flaquea la vista, se convierte en artesano carpintero para ganar unas monedas y ejerce de mentor y maestro de otros presos.

 

miércoles, 9 de marzo de 2011

AMOR Y CREACIÓN EN LA OBRA DE NAZIM HIKMET

Entre el año que se fue y el año que empieza se celebran dos fechas redondas de uno de los poetas capitales del siglo XX, Nâzim Hikmet, nacido el 15 de enero de 1902, en Salónica, y fallecido en Moscú el 3 de junio de 1963, tras haber pasado una quincena de años en las cárceles de su país, del que tuvo que huir clandestinamente lanzándose al mar Negro en una frágil embarcación. Privado de su nacionalidad por el Gobierno, que prohibió sus obras y consiguió que el nombre del máximo poeta turco desapareciera incluso de los manuales de literatura, fuera de su país, sin embargo, su persona, aureolada por su pasado de combatiente comprometido con la suerte de su pueblo, adquirió una dimensión extraordinaria, acrecentada por su participación en el movimiento por la paz y el desarme.







La relación entre sentimiento amoroso y creación, y más particularmente en el caso de la poesía, parece tan evidente que no necesita demostración. Y, aunque podrían alegarse excepciones, como la poesía de Extremo Oriente, en que la naturaleza, el paso del tiempo, las sensaciones... reemplazan como fuente de inspiración al sentimiento amoroso, abandonado en el terreno de lo indecible, en el caso de Nâzim Hikmet, la relación entre sentimiento amoroso y creación puede rastrearse en toda su obra, y alcanza su más alto grado en sus Últimos poemas, pues, si durante la década de los años cincuenta -coincidiendo con su exilio en la URSS y su participación en el movimiento por la paz- había puesto su inspiración al servicio de su ideal comunista y en contra de la carrera armamentista -algunas de sus composiciones de aquella época alcanzaron merecido eco, como La niña, inspirada en la tragedia de Hiroshima, cantada por Pete Seeger-, en los últimos años de su vida las composiciones de contenido político van cediendo paso a otras de muy depurado lenguaje, dominadas por el sentimiento amoroso, la nostalgia, la proximidad de la muerte. Si atendemos a su obra poética, sólo fueron tres las mujeres que ocuparon el corazón del poeta hasta el punto de hacerse acreedoras de sus versos: Pirayé, Münever y Vera.

Pirayé fue la compañera del poeta, su confidente, consejera y principal apoyo durante los 13 años de hierro en que Nâzim permaneció preso. Cuando Nâzim fue condenado en 1938, se vivían momentos cruciales en Europa, el ascenso de los fascismos parecía imparable y, en Turquía, el denominado "eje Roma-Berlín" suscitaba numerosas adhesiones, especialmente en el Ejército y en el Partido Republicano del Pueblo, en el poder desde la implantación de la República. En consecuencia, se produjo un retroceso de las libertades, los medios de comunicación más críticos con el régimen o de ideología socialista fueron clausurados y sus miembros enviados a prisión. En ese contexto, nadie se atrevió a protestar contra la injusticia de que era víctima Nâzim, quien, además, había sido excluido del partido comunista turco, acusado de actividades antiestalinistas y desviacionismo burgués, por lo que se encontró completamente aislado en prisión y sólo pudo contar con el apoyo externo de Pirayé.



Consecuencia de esa especial relación que se estableció entre ambos fue que Pirayé se convirtió en la depositaria privilegiada de toda la producción del poeta durante aquellos años y, además, en destinataria personal de muchísimas cartas y poemas, entre los que destacan los contenidos en los libros Poemas de las 21-22 horas escritos para Pirayé y Desde las cuatro cárceles. La primera obra es una compilación de los 32 poemitas enviados a Pirayé entre septiembre y diciembre de 1945, redactados entre las nueve y las diez de la noche, la hora que el poeta se reservaba para estar a solas con su amada.

24 de septiembre de 1945: "El más hermoso de los mares: / El que aún no hemos atravesado. / El más hermoso de los niños: / El que aún no ha crecido. / Los más hermosos de nuestros días: / Los que no hemos vivido aún. / Y la palabra más hermosa que te quiero decir: / La que aún no te he dicho".




Münever fue la llamada de la vida, la belleza y la juventud; una llamarada de pasión al atisbar la libertad; volver al mundo y reencontrarlo tal cual, como era 13 años antes; borrar de un plumazo las secuelas de las torturas y los malos tratos, los amargos recuerdos, las humillaciones sufridas; olvidar que el hombre que entró en la cárcel tenía 36 años, y el que de ella sale, casi 49, y un corazón cansado, que ya ha sufrido una angina de pecho. Münever es renacer a la vida, tener el ansiado hijo, el regreso de los sueños. Pero éstos no duraron mucho, pues Nâzim, que salió de la cárcel en 1950 tras una dramática huelga de hambre y una considerable movilización internacional en la que entre otros participaron Tristan Tzara, Yves Montand, Picasso, Aragon, Camus, Sartre, Simone de Beauvoir, Paul Robeson, se vio obligado a exiliarse de nuevo, dejando atrás a su mujer y a su hijo, huyendo nuevamente del cerco del Ejército turco, que no se resignaba a su puesta en libertad y lo había convocado a filas y destinado a un perdido lugar de donde temió no regresar con vida.




Nostalgia: "Cien años han pasado sin ver tu cara / Enlazar tu cintura / Detenerme en tus ojos / Preguntar a tu clarividencia / Acercarme al calor de tu vientre. // Hace cien años que en una ciudad / Una mujer me espera. // Estábamos en la misma rama, en la misma rama. / Caímos de la misma rama, nos separamos. / Cien años nos separan / Cien años de camino. // Hace cien años que en la penumbra / Corro detrás de ella".

El poema anterior, escrito tras nueve años de separación de Münever y de su hijo Memet, a quienes el Gobierno turco mantenía como rehenes, impidiéndolos reunirse con Nâzim Hikmet, está escrito cuando ya el poeta ha vuelto a enamorarse, otra vez de una mujer joven, Vera, casada y madre de una hija.




Esta vez, el poeta se siente ya próximo a la muerte -aunque aún no ha cumplido los 60, ha sufrido varios infartos desde aquella angina de pecho que lo puso al borde de la muerte en la cárcel de Bursa-, y el amor y la muerte codeándose lo arrastran en un torbellino en el que se suceden los viajes -a Cuba, a Tanganika, a Egipto- y escribe su poesía más depurada, de la que adelantamos algunos de sus Últimos poemas, cuyo segundo volumen publicará Ediciones del Oriente y del Mediterráneo.

El País, Babelia, 11 de enero de 2003




domingo, 17 de enero de 2010

HABLA NÂZIM HIKMET



«Un poeta comunista, progresista, revolucionario, el término no me interesa. Un poeta ligado al progreso de la humanidad debe crear obras de arte verdaderamente dignas de ese nombre. Sus poemas deben ser, por una parte, comprensibles para el pueblo, incluso si es analfabeto, y poder servir de fondo a la literatura futura, por otra. (...) Un poeta revolucionario es un hombre que actúa: no debe únicamente reflejar el alma de su pueblo, sino que debe darle una dirección. (...) En Estambul, escribía para que me lo imprimieran, para que me leyeran con los ojos. Pero en Anatolia comprendí que era preciso leer los poemas en voz alta, para el pueblo. (...) Entonces me dediqué a escribir poemas sonoros, con rima y expresiones populares (...).  Pero cuando estuve encarcelado, comprendí otra cosa: que se puede tener a un solo hombre por todo auditorio y, a través de él, hablar a toda la humanidad. Sin gritar: en voz baja, con una entonación muy de charla, muy íntima.
»La poesía es tan útil como el pan, la sal y el agua. (...)
»Mi oficio esencial es el de poeta. Hago teatro también y estoy empezando una novela. No existen temas específicos de la poesía, la novela o el teatro, todos los temas pueden ser tratados por uno u otro. Cuando se trata de la poesía, no hago ninguna concesión, quiero decir ninguna concesión formal. Concesiones ideológicas, las hago cuando me equivoco y digo: “tenéis razón, amigos míos”. Pero en el teatro, en la prosa, como son cosas secundarias para mí, puedo hacer concesiones formales, incluso puedo ser conformista. A veces se hacen concesiones sobre las cosas secundarias. La vida es tal que no hay que hacer concesiones en las cosas esenciales».

Fragmentos de la entrevista con Régis Debray y Jean-Marie Villegier para Clarté, nº 48


«Hoy en día, utilizo todas las formas. Escribo tanto siguiendo la métrica de la literatura popular como con rima. (...) Escribo también en lengua hablada, en su expresión más simple, sin métrica ni rima. Hablo tanto de amor como de paz, de revolución y vida, de la felicidad, del destino, de la esperanza y la desesperación. Quiero que todo lo que es propio del hombre lo sea de mi poesía. Quiero que el que me lea pueda encontrar, en mí o en nosotros, la expresión de todos sus sentimientos. Que nos lea tanto cuando quiera leer un poema sobre el 1 de mayo, como cuando quiera oír hablar de su incomprendido amor. (...)
»Desde que soy poeta, lo que espero, lo que exijo de las bellas artes es que, al servicio del pueblo, lo conduzcan hacia días mejores. Que traduzcan el sufrimiento, la cólera, la esperanza, la felicidad, la nostalgia del pueblo. Eso es lo que no ha cambiado en mi concepción del arte. El resto ha variado, varía y variará en todos los sentidos. Yo he cambiado, cambio y seguiré cambiando para testimoniar de la manera más conmovedora, más inteligente, más eficaz, más bella y más perfecta, esto es lo que no cambiará.

Conversación con Ekber Babayev, Konusmalar, Estambul, Adam Yay, 2000.


lunes, 23 de febrero de 2009

LA CRÍTICA HA DICHO DE POEMAS FINALES

Poemas finales
Cecilia Dreymüller
22/08/2009 El País Babelia
Apenas cincuenta años han pasado desde que desapareció en su exilio moscovita Nâzim Hikmet, el poeta turco más internacional, y ya nadie en Occidente parece acordarse de su obra luminosa y esperanzadora. Un efecto secundario del derrumbe del régimen comunista fue que arrastró al olvido -cuando no al desprestigio- a muchos intelectuales y artistas políticamente perseguidos que habían buscado refugio en la antigua Unión Soviética. Y precisamente Hikmet, comunista de primera hora -que había encontrado su patria intelectual a principios de los años veinte en el Moscú de las vanguardias-, había mantenido un incorruptible compromiso crítico: en la Rusia estalinista provocó un escándalo mayúsculo con su obra de teatro ¿Realmente existió Iván Ivanovich?, una agresiva sátira sobre la burocracia de partido y el culto al líder.
La obra prolífica de Hikmet -o lo que queda de ella, ya que parte se perdió en la fuga a Rusia, fue destruida por la policía turca- opera frecuentemente con la contundencia afirmativa del realismo social. Sin duda, corresponde a un defensor apasionado del comunismo (por otra parte, absolutamente antidoctrinario).
Pero también seduce por la dulzura del sentimiento, la amplitud de miras, y sobre todo por el entusiasmo de soñador romántico que el sexagenario autor de los Poemas finales conservó. El segundo tomo de los Últimos poemas, que cierra un meritorio proyecto de traducción, iniciado hace diez años por Fernando García Burillo, da fe de las cualidades de la obra de madurez de Hikmet, de su autenticidad, transparencia y concisión: “Soledad: pan de recuerdos que no llena”. Aunque, indudablemente, el libro está marcado por la conciencia de que al gravemente enfermo del corazón le quedaban pocos años: “Dentro de mí está la noche de la gran separación". Una curiosidad añadida de los Poemas finales representan aquellos versos que expresan el fuerte vínculo emocional de Hikmet con España (“España es una rosa de sangre abierta en nuestro pecho"), manifiesto en el poema carta a Blas de Otero, y del que se hace eco el precioso, crepuscular pórtico de Antonio Gamoneda.


Más Finales II

Antonio Colinas.

27 de febrero de 2009 - El Cultural

En España hemos tenido una difusión tardía de la obra del poeta turco Nazim Hikmet (1901-1963), aunque guardamos un particular y temprano recuerdo de la versión parcial que el poeta turco-sefardí Solimán Salom -asiduo en las tertulias madrileñas de los años 60- nos ofreció en uno de los selectos volúmenes de la primera etapa de la colección Adonais (Poetas turcos contemporáneos, 1959). Luego llegarían la antología publicada por Visor (1970) y Duro oficio del exilio (Batlló, 1976, preparada sobre la que había hecho el argentino Alfredo Varela). El libro que hoy comentamos es complementario del que Las Ediciones de Oriente había publicado en 2000 (Últimos poemas.I). Estos poemas finales fueron escritos prácticamente durante los dos últimos años de su vida y, bajo este punto de vista, poseen esa significación profunda que sólo puede transmitirnos un ser humano que hizo de la lucha y del testimonio político una razón de ser tan poderosa como su misma poesía.

Nacido en Salónica, en 1901, cuando esta ciudad se hallaba integrada en el Imperio Otomano, Nazim fue hijo de un alto funcionario turco allí destinado. Sus raíces creativas son inseparables de su activismo político, ligado a su pertenencia al partido comunista y, en concreto, a una febril actividad periodística a lo largo de los años 20 y 30, que le llevara a la persecución por parte de las autoridades de su país; primero a breves encarcelamientos y más tarde, en 1938, a 12 años de prisión. Una campaña emprendida por intelectuales de todo el mundo, encabezada por Tristan Tzara, logró su liberación. Vida y obra están, por tanto, traspasadas por la inquietud social, pero lo que el Tzara reconoció como la “resonancia afectiva” de la poesía de Hikmet es lo primordial en su obra: un humanismo directo, sin fronteras, que el poeta aborda desde un lenguaje fuerte y novedoso.

Son estos atormentados (y serenos) poemas finales como páginas de un Diario que el poeta arranca a los lugares que visita (Tallin, Tanganica, Berlín y Moscú). A veces, un solo símbolo -como el árbol del poema “árbol de Año Nuevo”, escrito en Estonia- le sirve para ponernos de relieve un macrocosmo que es consustancial a esta poesía última, y que está hecho a la vez de un lirismo y de un realismo desnudos, en los que “oscuras torres góticas y chimeneas de fábricas” contienden con los símbolos perennes. Son los símbolos que luego, en un poema escrito en Berlín, adquieren nuevos nombres, y que anulan la angustia de la “separación” de la “enferma” que está muriendo en la lejanía.

Como ya sucediera en otro gran poeta testimonial que nunca renunció al lirismo, Pablo Neruda, las miradas de Hikmet tienden a contemplar lo planetario más allá de lo local. Siempre es el realismo el que se revela en sentimientos y figuras comunales. Así, en los 10 poemas-carta que escribe en Dar es Salam, capital de Tanganica, hace una lectura de la realidad a través de la vida cotidiana; aunque en esa sucesión de imágenes, el hilo lírico sea más débil y es la realidad y la Historia la que retorne al poema para intensificarlo y sacudir al lector.

Como otro gran poeta turco del pasado siglo, Ilhar Berk, Hikmet contempló el mundo y los seres humanos con los ojos “bien abiertos y bien jóvenes”. Es esta mirada imperturbable la que observa y pasa la información al pensamiento y al sentimiento del poeta, que, a continuación, denuncian. Pero, al final de su vida son el amor y muerte las que cuentan para un humano; son como su testamento poético al trenzarse en el breve poema último como un resumen de una vida asediada por el dolor: “Me dijo por qué no vienes/ por qué no te quedas/ por qué no sonríes/ por qué no mueres/ He venido/ He quedado/ He sonreído/ He muerto”.



Gotas como racimos de uva

Jaime Siles.

22 de febrero de 2009 - ABCD las Letras - Número: 891


Lo que caracteriza la lírica del último Hikmet es que la órbita del poema no sigue otro trayecto que el que brota de su propia conciencia y al que una sentimentalidad nada romántica hace transcurrir también por el concreto mapa de su imaginación, haciendo que en sus versos se mezclen muchas cosas y que el intenso tejido que las une sea a la vez único y común -que consista en «echar un cubo al pozo» que su yo lleva dentro y en «sacar agua de él».

No todos sus poemas participan en y de este mismo espíritu: los menos líricos se sirven de determinadas divinidades de la mitología anatolia para, a través de ellas, articular un canto de defensa de la libertad. Son los más políticamente militantes, pero también los que de todo este conjunto despiertan menos interés, ya que sucumben a la fuerza inercial del tópico, y el resultado estético obtenido queda muy por debajo de su noble intención. No otro es el precio que el poema político a menudo se ve forzado a pagar.

Pero la poesía política de Nâzim Hikmet se distingue en que la circunstancia que origina el poema no somete a éste ni a un tematismo fácil ni a un esquema reductor, sino que hace del sujeto que lo expresa -y por tanto también de quien lo lee- una atenta conciencia vigilante, solidaria del dolor de los otros, que ve reflejado también en el propio yo. Hikmet da dimensión poética a la poesía política y logra que el poema supere las limitaciones de dicción que podrían convertirse en su lastre.

Una fotografía en la prensa. «Árbol de Año Nuevo» es un ejemplo de la compleja simultaneidad de lo íntimo, y «Revista militar», una muestra de escritura testimonial. Así lo indica la delicada maquinaria y la perfecta estructuración que lo informa, con la precisa anécdota de la que parte y el conciso desarrollo que su autor le da. Personalmente prefiero el primero de ellos al segundo, pero no puedo dejar de admirar la arquitectura y el tono epigramático de éste, que tiene su origen en una fotografía publicada en la Prensa y que se amplía hasta constituirse en palabra moral.

En Hikmet lo ideológico nunca llega a anular lo estético, que, en su obra, se alimenta de un correlato inteligible. De ahí sus símiles y sus comparaciones siempre claras.
Y es que -como dice uno de sus poemas más líricos y culturalistas- ha «bebido de todas las fuentes de Roma», y eso se nota no sólo en los referentes que utiliza, sino en su respeto a la religiosidad, patente en los versos titulados «Los rostros de nuestras mujeres». Pero su esperanza y su convencimiento son que la poesía sirva «a la causa de la libertad». Así lo expresa en «A los escritores de Asia y África», o en el que dedica a pedir el apoyo internacional a Antoine Gizenga.

Los últimos poemas de Hikmet parecen formarse a partir de dos claves: una de compromiso, y otra, de introspección. La primera genera los textos de carácter más inmediato y que podríamos llamar puntuales; la segunda, en cambio, produce textos que -como «Parece que amé»- se caracterizan por lo inesperado de su desarrollo y lo complejo de su textualidad. Pero, junto a estas dos grandes líneas, hay otras vertientes, en las que abunda el retrato de personas queridas e instantáneas líricas como ésta: «Enormes gotas de lluvia como un racimo de uvas».

Más que la metáfora moderna, Hikmet utiliza -como ya se ha dicho- el símil y la comparación. Lo que facilita el acceso del lector a un sistema referencial coincidente con -o reconocible por- su propio horizonte de expectativa. Pero estos poemas -hay que decirlo- no son en sí un libro ni constituyen tampoco una unidad: tienen -eso sí- la coherencia que la cosmovisión de su autor les otorga, pero sólo esa. Lo que no significa que carezcan de valor en sí: lo tienen como poemas, pero no llegan a configurar su mundo en libro.

Clima de confidencia. Abundan el apunte a vuelapluma, la nota de diario, el dibujo y el trazo, más que los poemas de extenso recorrido; y, sin embargo, hasta en los más breves, hay notabilísimos hallazgos como los que suponen el poema-reportaje y la calidad de su lírica amorosa. En ésta cobra especial relieve su clima de confidencia; en aquéllos, la capacidad del autor para unificar diferentes planos de la realidad y constituirlos en estados de conciencia.

Estos Poemas finales de Nâzim Hikmet completan la fase anterior recogida en Últimos poemas, publicados en el año 2000 también por Ediciones del Oriente y del Mediterráneo, pero tienen, además, otro interés: que Fernando García Burillo explica las relaciones de Hikmet con Hispanoamérica y España, sobre los testimonios de Neruda y Nicolás Guillén, las versiones al vasco, hechas por Gabriel Aresti, y los poemas intercambiados entre el poeta turco y Blas de Otero. Nuestro país fue para Hikmet una referencia: su poema «España», incluido aquí, lo demuestra.


La prensa turca se hace eco del interés en España por Nâzim Hikmet

Carta de España

Altug Akin



jueves, 29 de enero de 2009

"Un centenario en la penumbra"

Fernando García Burillo
Nâzim Hikmet, un centenario en la penumbra
(Disenso, nº 37, junio de 2002)

El pasado 15 de enero se cumplió el centenario del nacimiento de uno de los poetas cumbres de la poesía del siglo XX: Nâzim Hikmet. El poeta turco, que transformó la poesía de su país, liberándola de los ya gastados corsés de la métrica otomana y haciéndola entrar de lleno en la modernidad, pagó con 13 años de cárcel y otros tantos de exilio su compromiso con su pueblo y su negativa a doblegarse ante quienes quisieron acallar su voz.

En 1921, es decir, cuando el poeta apenas tiene 19 años, viaja a la URSS en compañía de su amigo Va-Nu, en busca de nuevos horizontes y huyendo de la guerra, el conservadurismo y un feroz anticomunismo -los integrantes del primer círculo comunista turco acaban de ser asesinados a sangre fría en alta mar-. Allí se establecen en Moscú y se dejan arrastrar por la euforia revolucionaria y la eclosión artística del momento. Son los años en que Maiakovski, en la poesía, y Meyerhold, Stanislavsky y Vakhtangov, en el teatro, los géneros que más atraen al joven Nâzim, rompen los viejos moldes; y son también los años de aprendizaje del poeta.
En diciembre de 1924, regresa a Estambul y se integra en la redacción de Aydïnlïk (Claridad), la revista teórica del Partido Comunista, definitivamente cerrada en febrero de 1925, coincidiendo con las medidas excepcionales adoptadas por el Gobierno, que tomó como pretexto el alzamiento kurdo capitaneado por el jeque Said. Al mes siguiente, los redactores de Claridad y un numeroso grupo de militantes de izquierda fueron detenidos y procesados, y el propio Nâzim Hikmet, aunque logró eludir la cárcel huyendo a Esmirna y pasando a la clandestinidad, fue condenado a 15 años de prisión, por lo que, en septiembre de 1925 volvió a escaparse a la Unión Soviética.



Nâzim con Nüzhet en Moscú


Sin embargo, la situación en la URSS ya no era la misma, y aunque participó en la creación de un teatro-estudio, la compañía METLA, ésta se disolvió en marzo de 1927, al poco de concluir los trabajos del XV Congreso del PCUS, que selló la victoria de los principios propugnados por Stalin.
En julio de 1928, Nâzim Hikmet regresa a Turquía, pero es detenido en la frontera y, tras seis meses de prisión preventiva, condenado a tres meses de cárcel y, consiguientemente, puesto en libertad. La represión que se cebó en aquellos años contra los comunistas, amparada en los poderes omnímodos de Mustafá Kemal y del Partido Republicano del Pueblo, provocó la desorganización del movimiento y la aparición de diversas facciones. A comienzos de la década de 1930, Nâzim Hikmet y otros camaradas fueron expulsados del partido, acusados de actividades antiestalinistas y de desviaciones burguesas, por preconizar una mayor democracia interna y cuestionar la infalibilidad de las orientaciones del Komintern.
 

 6 de mayo de 1931: Nâzim durante uno de los muchos procesos a que fue sometido.

Entre tanto, en abril de 1929, había publicado 835 Satïr (835 líneas), una colección de poemas de corte constructivista que alcanzó dos ediciones, y, antes de acabar ese mismo año, Jokond ile Si-Ya-U (La Gioconda y Si-Ya-U). Por aquellas fechas, se sumó a la redacción de Resimli Ay (Mensual Ilustrado), una revista de concepción vanguardista que congregó a un grupo de escritores y artistas empeñados en "derribar los ídolos", según la fórmula acuñada por Nâzim en una célebre serie de artículos que provocaron un considerable revuelo y le costaron la feroz animadversión de ciertos personajes influentes, que se sintieron retratados en aquellos ídolos con pies de barro.

ACTIVIDAD CREADORA. Como si Nâzim presintiera la amenaza de la cárcel, despliega una incesante actividad creadora: en 1930 publica dos nuevos poemarios: Varan 3 (Y van 3) y 1+1=2, este último escrito al alimón -lo que frecuentemente se olvida- con Nail V. (Nail Çakïrhan); en 1931, Sesini kaybeden Sehir (La ciudad que perdió la voz), ilustrado por Abidin Dino, y, en 1932 una antología de poemas, Gece Gelen Telegraf (Telegrama nocturno) y Benerci kendini Niçin Öldürdü? (¿Por qué se ha suicidado Benerci?), una composición que guarda muchos paralelismos con La Gioconda y Si-Ya-U por su libérrimo estilo y la alternancia de verso, prosa y diálogo, que, en cierta manera, prefiguran ese nuevo género -o esa ausencia de género- que se popone fundar con su obra más ambiciosa, que redactaría durante sus largos años de cárcel: Paisajes humanos de mi país. También escribió teatro: Kafatasi (El cráneo) y Bir Ölü Evi (La casa de un muerto) fueron estrenadas en Estambul en 1932.
Es en estos años cuando conoce a uno de los grandes amores de su vida, Pirayé, una joven de apenas 22 años. Su relación quedó truncada en marzo de 1933 con la detención de Nâzim, acusado, en unión de 23 camaradas, de asociación ilegal y de pretender implantar en Turquía el régimen de los soviets. Durante el juicio, celebrado en Bursa en noviembre de aquel año, el fiscal reclamó la pena de muerte para los acusados. Algo más de un año después, tras su puesta en libertad gracias a la amnistía promulgada en agosto de 1934 con ocasión del décimo anivesarsio de la República, ambos retomaron su vida en común y contrajeron matrimonio en enero de 1935.
 

 Nâzim y Piraye en 1941

Nâzim, que en esos años de la década de 1930, marcados por el ascenso de los fascismos en Europa, sufre un doble ostracismo, apartado de la prensa, en la que tiene que resignarse a colaborar bajo seudónimo, y apartado del sector mayoritario del Partido Comunista turco, que lo considera un desviacionista burgués, no por eso abandona su impulso militante y escribe dos largos poemas narrativos que pueden considerarse auténticas obras maestras en su género: Taranta-Babu'ya Mektuplar (Cartas a Taranta Babu), sobre la invasión de Etiopía por las tropas de Mussolini, publicado a finales de 1935 y recogido en Commune, la revista animada por Louis Aragon, en marzo de 1936, y Seyh Bedreddin Destani (Leyenda del jeque Bedreddin), publicada en 1936, en la que recoge la revuelta de signo antifeudal que en el siglo XIV protagonizó la secta Simavi, constituida por musulmanes, judíos y cristianos. Otro aspecto más del compromiso de carácter antifascista del autor lo constituye el largo poema titulado Talihsiz Yusuf'un Gemisiyle Barcelon'a Seyahat (Rumbo a Barcelona en el barco del desdichado Yusuf), publicado a finales de 1937, coincidiendo con el avance de las fuerzas nacionalistas en la guerra civil española, que estuvieron a punto de tomar Madrid, y la entrada en combate de las Brigadas Internacionales.

 Nâzim en los estudios Ipek de Estambul, en los que trabajó de guionista.




REACCIÓN DE LOS 'VIEJOS ÍDOLOS'.
A finales de 1937 y comienzos de 1938 se gesta una auténtica conspiración contra Nâzim Hikmet, con el objetivo de acallar su voz de por vida, para lo cual era necesario sustraerlo a la jurisdicción civil y entregarlo a la militar. En este tiempo el poeta ha de afrontar dos procesos: En el primero, el motivo, aunque de extrema inconsistencia, lo brinda un grupo de alumnos de la Academia Militar apasionados por la literatura y de ideas progresistas, a quienes en el curso de un registro se les descubre algunos libros del poeta. A pesar de tratarse de libros legalmente publicados que podían adquirise libremente, la jurisdicción militar inicia un proceso contra Nâzim Hikmet y veinte alumnos de la Academia Militar, entre otros, en el que se le acusa de conspiración militar e incitación a la indisciplina y a la rebelión (este último cargo podía castigarse con la pena de muerte). El juicio concluye con elevadas condenas, pero es Nâzim quien se lleva la palma: 15 años de prisión.
El segundo proceso lo incoa contra él la Armada, por los mismos motivos: la detención de algunos cadetes a los que se había soprendido con libros del poeta. En este caso, la falta de pruebas y el hecho de que se esgrimiera como acusación principal la militancia comunista de los procesados, que entraba dentro de la jurisdicción civil, hacía presagiar una sentencia absolutoria. Sin embargo, las condenas fueron también de una inesperada dureza, en particular la recibida por Nâzim: 28 años y 4 meses.
 

 1940: Nâzim en la cárcel de Çankiri con Piraye y el también escritor Kemal Tahir

Nâzim llegó a la prisión de Bursa en diciembre de 1940, para cumplir una larguísima condena que, de hecho, para un hombre como él, de 38 años y con una salud frágil, equivalía a una cadena perpetua. Allí, en las celdas de la prisión de Bursa, coincidió con dos jóvenes que había sido condenados, con tan sólo 16 años de edad, a duras penas de cárcel y a los que ayudó a desarrollar sus facultades artísticas, como en la cárcel de Çankïrï hiciera con Kemal Tahir: Orhan Kemal, condenado a 5 años de cárcel por propaganda comunista, que acabaría convirtiéndose en uno de los escritores fundamentales de la Turquía contemporánea, e Ibrahim Balaban, un joven contrabandista a quien Nâzim enseñó a pintar, y que se convirtió al cabo de los años en uno de los valores más cotizados de la pintura turca.
Durante los 10 años prácticamente ininterrumpidos que Nâzim pasó en la cárcel de Bursa, escribió sus Saat 21-22 Siirleri (Poemas de las 21-22 horas), en un lenguaje deliberadamente simple y dedicados a Pirayé; pero, sobre todo, avanzó en su obra más ambiciosa, Memleketimden Insan Manzaralarï (Paisajes humanos de mi país), en la que se proponía "retratar a su pueblo en diferentes momentos históricos" y en la que trabajó durante 20 años, 13 de los cuales en prisión. Como explicó en sus cartas a Kemal Tahir, no era un libro de poesía, pues aunque hubiera elementos de poesía, también los había de prosa, teatro y cine.



1948: en la cárcel de Bursa.






CAMPAÑAS Y HUELGA DE HAMBRE. Durante los últimos años de la década de 1940, Turquía necesita abrirse a Occidente y crecen las esperanzas de un cambio político y de una liberalización del régimen, en la práctica de partido único. Coincidiendo con este nuevo clima, Va-Nu, su gran amigo de juventud, con quien había roto a raíz de sus diferencias políticas, le visita en prisión y renace la vieja amistad. También le visita un prominente periodista, Ahmet Emin Yalman, propietario del periódico Vatan, que siendo de origen judío, ha chocado con el régimen por la imposición de un impuesto que penalizaba exclusivamente a las minorías de origen griego, judío y armenio, y que, además de apreciar la poesía de Nâzim Hikmet, quiere acabar con la mala imagen exterior de Turquía que provoca la injusta y prolongada encarcelación del poeta, contra la que ya se han iniciado diversas movilizaciones en el extranjero, particularmente en Francia.
En ese periódico se inicia una campaña por su libertad, a la que pronto se suma Mehmet Ali Sebük, un influyente abogado que ha estudiado criminología en Francia, quien inicia una serie de artículos desvelando las irregularidades de los procesos a que fue sometido el poeta. Pero sus argumentos y las apelaciones ante el Tribunal Supremo y la Asamblea Nacional fueron desestimados. No obstante, sus esfuerzos, en un clima de cierta liberalización del régimen, contribuyeron a crear un ambiente de opinión favorable a la liberación del poeta, aunque muchos comprendieron que ésta no se produciría mientras el Partido Republicano del Pueblo, el partido único surgido de la revolución kemalista, siguiera en el poder.
En su estancia en la cárcel comienza una nueva relación. Se enamora de su prima Münever, con la que viviría después de su excarcelación en 1950.






Su salud sigue deteriorándose y, en septiembre de 1949, se crea un comité internacional para su liberación, animado por Tristan Tzara y al que prestaron su apoyo Yves Montand, Picasso, Aragon, Camus, Sartre y Simone de Beauvoir, entre otros. Las manifestaciones llegaron hasta el corazón de Estados Unidos, y el cantante Paul Robeson -marginado durante la época maccartista y que más adelante sumaría a su repertorio la canción titulada "La niña muerta", sobre la destrucción de Hiroshima, con letra de Nâzim Hikmet y música del compositor checo Vaclab Dobias- prestó todo su apoyo a la campaña.
En este contexto, el poeta, que ya había tratado de suicidarse en prisión ingiriendo una elevada dosis de barbitúricos, comenzó el 2 de mayo de 1950 una desesperada huelga de hambre que contribuyó a sacar de su indiferencia a una parte de la sociedad turca.
El 14 de mayo, ante el agravamiento de su estado de salud, había sido ingresado en un hospital. Sus amigos empezaron a temer seriamente por su vida, pues el Gobierno no tomaba ninguna iniciativa, y Nâzim seguía firme en su empeño, por lo que comisionaron a uno de sus mejores amigos, el pintor Abidin Dino, para convencerle de que abandonara la huelga de hambre, hasta que tomara posesión el nuevo Gobierno del Partido Demócrata. Finalmente, tras recibir múltiples llamamientos, el 20 de mayo aceptó interrumpirla. Pero su liberación, como muchos temían, no se produjo hasta el 14 de julio, cuando la nueva Asamblea Nacional, ahora dominada por el Partido Demócrata, aprobó una amnistía parcial que permitió la salida de la cárcel de ciento once presos políticos comunistas, entre los que se encontraban, además del poeta, dos de sus mejores amigos: el pintor Ibrahim Balaban y el escritor Kemal Tahir.

LIBERTAD Y EXILIO. Al recobrar la libertad, la primera preocupación de Nâzim fue reunir la obra escrita durante sus años de prisión, que había tratado de preservar repartiéndola entre sus seres más próximos.
En noviembre de 1950, la II Conferencia del Congreso Mundial de la Paz le galardonó con el Premio de la Paz, recibido junto con Pablo Picasso, Paul Robeson, Wanda Jakubowska y Pablo Neruda, que fue el encargado de recogerlo en su nombre, ya que las autoridades turcas no le permitieron acudir a Varsovia. Y no sólo no le concedieron un pasaporte, sino que reabrieron su expediente militar y recibió una orden de alistamiento para incorporarse a un alejado destino. No hacía mucho que el escritor Sabahattin Ali había muerto en extrañas circunstancias, tras haber sido también llamado a filas a una edad tardía. Nâzim temió ser víctima de una venganza por parte de quienes no se resignaban a saberlo libre cuando habían dispuesto todo para que se pudriera de por vida en prisión. De modo que comenzó a plantearse el exilio. En marzo de 1951 nació su hijo Mehmet y, menos de tres meses después, huía de su país a bordo de una frágil embarcación.
En plena guerra fría, el caso Nâzim Hikmet fue utilizado por la propaganda soviética para contrarrestar el desastroso efecto producido por el Muro de Berlín y las constantes fugas de ciudadanos del Este de Europa a Occidente. De modo que el poeta fue recibido en la URSS con todos los honores e inmediatamente fue aupado a los órganos directivos del movimiento por la paz y el desarme -en 1952 entró a formar parte de la dirección del Congreso Mundial de la Paz-, la cara amable y progresista que entonces presentaban en el exterior los países de la órbita soviética, lo que le permitió gozar de una situación privilegiada, viajar con relativa facilidad al extranjero y conocer a escritores y artistas como Picasso, Sartre, Simone de Beauvoir, Neruda, Tristan Tzara, Nicolás Guillén, Anna Seghers, Miguel Ángel Asturias, Louis Aragon, Jorge Amado, Diego Rivera, Arnold Zweig, Régis Debray... Residió en Moscú hasta su muerte en 1963.


 Con Pablo Neruda durante la época en que Hikmet vivió exiliado en Moscú.


Durante esos años, su poesía -prohibida en su país, donde hasta la simple mención de su nombre, borrado de manuales, antologías e historias de la literatura, era un acto de resistencia- recorrió el mundo, y hoy, mientras en Turquía sus poemas son cantados y recitados hasta en las aldeas más apartadas, para escarnio de quienes pretendieron acallar su voz, en nuestro país la oportunidad que su centenario brinda para recuperar la poesía de quien nunca se doblegó ante la tiranía -ni en Turquía ni en la Unión Soviética, donde llegó a temer por su vida debido a sus críticas a Stalin- parece haber quedado relegada ante la ocasión de revisar la obra de otros autores que se acuerdan mejor con el indiscutible e indiscutido orden vigente.



Con Vera, la mujer que lo acompañó durante los últimos años de su vida.

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Obras de Nâzim Hikmet publicadas en castellano

Duro oficio el exilio (prólogo, versión española y notas de Alfredo Varela), Lautaro, Buenos Aires, 1959 (reeditado en La Habana en 1975 y en Barcelona, en 1976, por José Batlló).
La miel de la esperanza y otros poemas precedidos de un mensaje a los poetas (traducción de Leonilde Bernasconi), col. Laura, La Habana, 1961.
Leyenda de amor (pieza en tres actos y cinco cuadros), Ariadna, Buenos Aires, 1964.
Antología (selección, traducción y prólogo de Solimam Salom), Visor, Madrid, 1970.
Antología poética, Quetzal, Buenos Aires, 1974.
Poemas (traducción de Alfredo Varela), Ed. Arte y Literatura, La Habana, 1978.
La nube enamorada (ilustraciones de Malok, traducción de Fernando García Burillo), Ediciones de Oriente y del Mediterráneo, Guadarrama, 1989.
Últimos poemas I. 1959-1960-1961 (ilustraciones de Pablo Picasso, traducción y presentación de Fernando García Burillo), Ediciones de Oriente y del Mediterráneo, Guadarrama, 2000.

De próxima publicación:

Poemas finales. Últimos poemas II. 1962-1963 (traducción de Fernando García Burillo y Çagla Soykan), Ediciones de Oriente y del Mediterráneo, Guadarrama.
Paisajes humanos de mi país (traducción de Gül Isik y Fernando García Burillo), Ediciones de Oriente y del Mediterráneo, Guadarrama.

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SELECCIÓN DE SUS ÚLTIMOS POEMAS (*)

El sol y los gritos de los niños en los globos rojos amarillos y verdes
El cielo con sus luces azules
Quién iba a decir que mi historia terminaría así
He entrado en la estación de las lluvias en la estación de las poesías tristes

No esperas nada de mí
Las palabras se quedan entre nosotros sin poder alcanzarnos
En los globos rojos amarillos y verdes el sol y los gritos de los niños
Cansados y desesperanzados contemplamos nuestras palabras.

(Moscú, 11 de mayo de 1962)

...

Te has cansado de llevar mi peso
Te has cansado de mis manos
De mis ojos de mi sombra
Mis palabras eran incendios
Pozos eran mis palabras
Un día vendrá de repente vendrá un día
Sentirás el peso de las huellas de mis pasos
Alejarse las huellas de mis pasos
Y este peso será de todos el más difícil de soportar.

(Moscú, 31 de mayo de 1962)


MI ENTIERRO

¿Mi entierro saldrá de nuestro patio?
¿Cómo vais a bajarme del tercer piso?
El ataúd no cabe en el ascensor
Y las escaleras son demasiado estrechas.

Tal vez el patio esté inundado de sol y haya palomas
Tal vez nieve en medio de los gritos de los niños
Tal vez llueva y esté mojado el asfalto.
Y como siempre los cubos de basura estarán en el patio.

Si como acostumbran aquí me suben al furgón con la cara descubierta
Puede caerme algo de una paloma en la frente: trae suerte.
Venga o no una banda de música habrá niños a mi lado
Los niños siempre sienten curiosidad por los muertos.

La ventana de nuestra cocina me seguirá con la mirada.
Nuestro balcón me acompañará con la ropa tendida.
No podéis saber lo feliz que he sido en este patio.
Vecinos míos a todos os deseo una larga vida...

(Moscú, abril de 1963)
...

Recorrí a toda velocidad tus sueños
Su resplandor ardió y se consumió
Planté un ciruelo
Y saboreé sus frutos.

Amé tanto la tristeza
Sobre todo en las piedras del mar
En la mirada de la gente
Y de repente dejé de amarla

Qué bien que amara la lluvia
Qué bien que pernoctara en la cárcel
Amé a los que no pudieron
Alcanzar toda mi felicidad

Qué bien que amara los regresos
...................................................

(Moscú, 2 de mayo de 1963)

____________________
(*) Los poemas anteriores, inéditos en castellano, pertenecen al segundo volumen de Últimos poemas, que recoge los publicados por Nâzim Hikmet en los años 1962 y 1963, traducidos del turco por Fernando García Burillo y Çagla Soykan y publicados por Ediciones de Oriente y del Mediterráneo en 2008 con el título Poemas finales. Últimos poemas II (1962-1963) [ISBN 978-84-87198-75-5].

"Nâzim Hikmet en Español"

Pese a que Nâzim Hikmet, como muchos autores de su generación, siguió emocionadamente los avatares de la defensa de la República española frente al alzamiento militar, episodio al que dedicó el hermoso poema "Nieva en la noche", cuarta entrega de "Viaje a Barcelona en el barco del infortunado Yusuf", publicada el 1 de enero de 1938, y que, años después, en 1962, al tener noticia desde Moscú de las huelgas mineras en Asturias, escri­bió "España", un emocionado poema en que rememora desde la distancia de sus sesenta años, su perdida juven­tud, identificada con la caída de la República en 1939, la recepción de su obra en nuestro país fue relativamente tardía y se debió, sobre todo, a la fecunda labor de un personaje extraordinario, Solimán Salom, ciudadano turco de origen sefardí afincado en España, donde, en solitario, llevó a cabo una inmensa labor cultural que solo a duras penas sacaba adelante, a fuerza de robar tiempo y atención a su ferretería de la calle Ríos Rosas de Madrid, que le procuraba el sustento cotidiano. La poeta Clara Janés, que vive muy cerca de donde Solimán Salom tenía su negocio, cuenta cómo éste había empla­zado su máquina de escribir en un recoveco detrás del mostrador y no dudaba en despedir con un "vuelva usted más tarde, ¿no ve que estoy ocupado?" al inoportuno que venía a interrumpirle por unos clavos o un picaporte mientras él se afanaba en su extraordinaria versión de Leila y Mecnun o en su no menos importante biografía de Nâzim Hikmet, la primera biografía rigurosa publi­cada sobre el poeta (Nazim Hikmet, Madrid, EPESA, colección "grandes escritores contemporáneos", nº 38, 1970). Este hombre de excepcional cultura, que domina­ba a la perfección el turco, el francés y el español, escri­bía su poesía en francés y español: su primer poemario, Brumes et Soleils, publicado en 1938, cuando aún no había cumplido diecisiete años, en la editorial Tsituris de Estambul, fue seguido de Poèmes (Estambul, 1946), Mon petit fou, (París, 1950), España, escrito ya en espa­ñol e impreso en Madrid en 1955, La roca desnuda (Madrid, 1958), A las puertas del mundo (Madrid, 1963) y El sembrador de tristeza (Madrid, 1970). Pero quizá el aspecto que más interés guarda hoy para nosotros sea su ejemplar trabajo de traductor, desde la citada versión de Leila y Mecnun, precedida de un riguroso estudio intro­ductorio (Madrid, Editora Nacional, 1970), la antología que con el título Poetas turcos contemporáneos publicó en la prestigiosa colección Adonais en 1959, o su selección de Poemas de Yunus Emre (Madrid, Instituto de Estudios Orientales y Africanos, 1974), hasta la Antología de poemas de Nâzim Hikmet (Madrid, Visor, 1970), obra que dio a conocer en España al gran poeta turco, pues, si exceptuamos Duro oficio el exilio, publicado en Barcelona por Batlló en 1976, retomando la versión que el escritor argentino Alfredo Varela había preparado a partir de la traducción francesa en 1959, y un libro publicado en vasco en San Sebastián en 1971 por la editorial Lur (Lau Gartzelak), hay que esperar a 1989 para ver renacer en España el interés por la obra del poeta turco. Ese año ediciones del oriente y del medi­terráneo publicó un álbum ilustrado por Malok del cuen­to La nube enamorada, y aún hubo que aguardar hasta el año 2000 para que esta misma editorial publicara, en edición bilingüe, el primer volumen de sus Últimos poe­mas, que recoge los de los años 1959, 1960 y 1961. En este año de su centenario, la colección El Bardo tiene previsto reeditar Duro oficio el exilio, en la versión de Alfredo Varela, y ediciones del oriente y del mediterrá­neo publicará en el otoño el segundo volumen de los Últi­mos poemas, que recoge los escritos en 1962 y 1963, y la edición íntegra de Paisajes humanos de mi país. Mientras que en España la suerte de la poesía de Nâzim Hikmet estuvo muy mediatizada, como en su propio país, por la carencia de libertades, en Hispanoamérica comenzó a ser conocida mucho antes, casi a la par que en Francia, donde ya en 1951 había aparecido una antolo­gía poética (Poèmes choisis, París, Editeurs Français Réunis): en 1953 la editorial bonaerense Lautaro publi­có Poemas y, en 1959, Duro oficio el exilio (el traductor, Alfredo Varela, trabajó a partir de la versión francesa, pero contando con la opinión del autor, a quien dedicó un interesante prólogo en el que prestaba especial atención a su poética, a partir de las conversaciones que con él mantuvo sobre su obra), edición retomada en 1975 por el Instituto Cubano del Libro; en 1961, con ocasión de la visita de Nâzim Hikmet a La Habana, la librería La Tertulia publicó La miel de la esperanza y otros poemas precedidos de un mensaje a los poetas; y, en 1964, Ariadna publicó en Buenos Aires Leyenda de amor, pieza en tres actos y cinco cuadros. Al interés por la obra del autor turco en Hispanoamérica contribuyó sobremanera la amistad que llegó a establecer con escritores como Pablo Neruda o Nicolás Guillén, que compartieron con Hikmet tribunas y actos multitudinarios con ocasión del movimiento por la paz y el desarme, impulsado por Moscú en aquellos años de guerra fría.
Así, quien visite la Biblioteca Nacional José Martí de La Habana tendrá la oportunidad de consultar hasta dieciséis títulos de Nâzim Hikmet, en francés, inglés, italiano y español, abundancia que contrasta con los escasos cinco títulos con que cuenta la Biblioteca Nacional de Madrid. Sin embargo, estos últimos años la obra de Hikmet se ha resentido quizá de los nuevos vien­tos políticos que barren el continente americano y única­mente he tenido noticia de publicaciones episódicas, como
Sélime, hijo de Chabane y su libro, un breve extrac­to de Paisajes humanos de mi país que Jorge Lobillo tra­dujo de la versión francesa para Cuadernos del Baluarte (Veracruz, 1995).
Quien desee conocer más sobre la relación de Nâzim Hikmet con Neruda y Nicolás Guillén puede consultar mi artículo "Nâzim Hikmet et le monde hispanique", en el número que, con motivo de su centenario, acaba de dedicarle la revista
Europe (París, junio-julio de 2002, nº 878-879, p. 120-131).
Fernando García Burillo
Cervantes, Estambul, septiembre 2002, nº 4, pp. 6-7.

viernes, 16 de enero de 2009

EN LA ESTELA DE NÂZIM HIKMET






Para Nâzim, el mundo hispánico tuvo dos polos de atracción: la guerra civil española y la revolución cubana. Como tantos otros artistas y escritores de la época, el poeta se identificó con la causa de la República durante la guerra civil española. De entonces data su largo poema titulado «Viaje a Barcelona en el barco del desafortunado Yusuf», cuya última parte «Nieva de noche», escrita el 25 de diciembre de 1937, evoca la defensa del Madrid republicano.

Cuando, en 1950, tras purgar una pena de más de 13 años de prisión ininterrumpida en las cárceles de su país, el poeta consigue su libertad y, poco después, parte clandestinamente al exilio, conoce a otros poetas, comunistas como él, que también habían mostrado su solidaridad con la República española y ahora participan activamente en el Movimiento por la Paz, auspiciado por la Unión Soviética en aquellos años de guerra fría, pero en el que colaboraban de buen grado numerosos intelectuales y artistas, desde los esposos Curie hasta Pablo Picasso pasando por Louis Aragon, Sartre, Diego Rivera, Arnold Zweig...

Nicolás Guillén, nacido el mismo año que Hikmet, dedicó varios artículos al poeta: en el periódico Hoy, uno con ocasión de cumplir este 62 años (su frágil salud hacía que sus cumpleaños adquirieran una relevancia especial), y otro con motivo de su muerte al año siguiente. En Páginas vueltas, las memorias que Guillén escribió al final de su vida, dedica un afectuoso recuerdo a su «hermano» turco:

La primera vez que yo fui a la Unión Soviética, entre las muchas personas a quienes conocí, me hizo una muy agradable impresión el poeta Nâzim Hikmet, hoy fallecido. Era un hombre alto, rubio, aguileño, de ojos azules, muy simpático. Se expresaba en ruso y francés con la mayor seguridad, y mantenía un tono risueño y jovial en la conversación. Todo el mundo lo llamaba Nâzim a secas, y de todo el mundo era querido y admirado. Cuando el II Congreso de escritores afroasiáticos, él y yo coincidimos en El Cairo, donde él representaba a su país, o mejor dicho, a su pueblo.
Una noche, la noche en que Nasser ofreció a las delegaciones un portentoso agasajo en el Palacio Imperial, me encontré a Nâzim, que iba acompañado de su esposa, una mujer muy bella y joven. Yo lo bromeé con este hecho, dirigiéndome a la dama y diciéndole con fingida ingenuidad: «Veo que su papá goza de muy buena salud». Ella rió de buena gana, y él también, claro, pero no sin decir: «Este hombre es un bandido, un negro pirata de las Antillas».
Nos veíamos con frecuencia, sobre todo cada vez que yo iba a Moscú. Las anécdotas en relación con él me vienen a la mente. Una tarde llegué yo a su casa, o mejor dicho, a su departamento de soltero, pues aún no se había casado entonces, y lo vi muy atareado haciendo una maleta, sin duda en vísperas de viaje. De repente me dijo: «Mira, tengo esto para ti», y me mostró un pedazo de papel verde. «A mí no me sirve para nada, a ti seguramente pienso que te vendrá muy bien», añadió. Era un billete de cien dólares. Claro que él sabía que «este papel» era convertible en rublos, pero pienso que hizo eso para que yo no careciera de algún dinero en un país extraño.
¡Pobre Nâzim! Él estuvo en Cuba por los años sesenta y se le dio un homenaje muy simpático y numeroso en la UNEAC. Sin embargo, me dijo que no podía soportar nuestro clima, el cual le ocasionaba muy riesgosos trastornos cardiacos.

Su breve estancia en Cuba (hubo de acortarla, pues su corazón se acomodaba mal con el clima de la isla) no pasó desapercibida: participó en multitudinarios encuentros en la UNEAC, lo entrevistaron en televisión, y el periódico Revolución le dedicó un amplio artículo-entrevista en el que el periodista trata siempre de ir más lejos que Nâzim en su idílica visión de la revolución castrista y en cuyas fotografías se distingue a un hombre sudoroso y cansado, como él mismo reconocía, pero que no quiso morir sin conocer la revolución cubana, a la que quería dedicar «un poema-reportaje».

Pero quien más escribió sobre Hikmet fue Pablo Neruda. Ya lo hizo an
tes incluso de conocerlo personalmente, cuando, pocos meses después de salir de la cárcel, el gobierno turco impidió su asistencia a la ceremonia de entrega de los premios mundiales de la paz, en noviembre de 1950 en Varsovia:

Quiero rendir un homenaje a mi hermano en poesía Nâzim Hikmet. Ojalá hubiera estado con nosotros. Su poesía ha sido para todos un gran manantial hecho de noble agua que canta y de acero que corre hacia el combate. Su largo cautiverio nos hizo agigantar su palabra hasta hacerla una voz universal. Mi obra de poeta se enorgullece de estar junto a su poesía en esta alta hora de lucha por la paz.

El propio Neruda fue uno de los galardonados. Cuatro años después, en una conferencia que dictó en la Universidad de Santiago de Chile, hizo una entusiasta semblanza del poeta, que se iniciaba con estas palabras:

Entre mis nuevos amigos de allá lejos quiero hablarles del poeta turco Nâzim Hikmet. Nunca verán ustedes este nombre en las extrañas revistas culturales que aquí leemos. Sin embargo, es el primer poeta, el poeta nacional de su patria, Turquía. Yo lo considero como uno de los más grandes poetas vivos.

En un artículo de la revista Viajes, publicado en 1955, Neruda relata la odisea carcelaria del poeta:

A Nâzim lo acusaron de querer sublevar a la marina de su país, y lo condenaron a todas las penas del infierno. Lo juzgaron en un barco de guerra. Me contaba cómo lo hicieron andar alrededor del barco, hasta fatigarlo, y luego lo metieron en el sitio de los excusados, en que las letrinas y los excrementos se levantaban medio metro sobre el piso. Entonces mi hermano, el poeta, se sintió desfallecer, la pestilencia lo hacía tambalear. Pero pensó: los verdugos me están observando desde algún punto, quieren verme caer, quieren contemplarme desdichado. Y entonces sus fuerzas resurgieron, encendió un cigarrillo y comenzó a cantar, en voz baja primero, en voz alta después y luego con toda la garganta. Y así cantó todas las canciones, todos los versos de amor que recordaba, y todos sus poemas y todas las canciones de los campesinos y de las luchas de su pueblo. Cantó todo lo que sabía. Y así triunfó de la pestilencia y del martirio6.
Ese mismo año, en la revista Aurora, refiere, con su habitual tono elegíaco, otra circunstancia dramática de la vida del poeta, el imposible reencuentro con su mujer y su hijo durante los primeros años de su exilio en Moscú:
Encontré a Nâzim Hikmet siempre resuelto y vibrante, una intensa preocupación velaba sus ojos claros. Desde hace años, en el exilio, escapado de las prisiones de Turquía, acogido por el amor y la admiración de la cultura soviética, devora al gran poeta una inquietud terrible. Después de quince años de presidio en las inhumanas prisiones turcas vivió el idilio enhebrado desde la cárcel, alcanzó a casarse y a ver nacer a su hijo antes de escapar milagrosamente de los verdugos que lo buscaban de nuevo, esta vez para sentenciarlo a muerte. Pero a su mujer y a su hijo no los dejan salir de Turquía. Se han hecho muchas gestiones, pero hasta ahora todo ha sido en vano. Hace poco supo la última noticia. Su propia mujer había ido a pedir su salida al ministro del Interior y éste le había respondido en esta forma: «No saldrás de Turquía, ni tu hijo tampoco. Queremos que él sufra y muera de no estar con ustedes. Tú lo seguirás a la tumba poco después y este niño quedará en nuestras manos para que lo enseñemos a odiar a su padre».

En su poemario Las uvas y el viento le dedicó un largo poema: «Memorial de estos años. Aquí llega Nâzim Hikmet»; y en 1963, tras la muerte de Hikmet, se referirá en varias ocasiones, con emoción, a su amigo y camarada recién desaparecido, como en el discurso que hizo el 29 de septiembre de 1973 en el parque Bustamante de Santiago de Chile, pero quizá su texto más emotivo sea el poema «Corona de invierno para Nazim Hikmet», publicado al conocer su muerte:

Por qué te has muerto, Nâzim? Y ahora qué haremos sin tus cantos? Dónde encontraremos la fuente? Dónde estará tu gran sonrisa, esperándonos?
Qué vamos a hacer sin tu postura, sin tu ternura inflexible?
Dónde
encontrar otros ojos que como los tuyos contengan el fuego y el agua
de la verdad que exige, de la congoja que llora y de la alegría valiente?
Hermano, me enseñaste tantas cosas que si las deshojara
en el amargo viento del mar, a manos llenas,
tal vez se irían y caerían como la nieve allá lejos,
en la tierra que escogiste en la vida, que ahora te acoge
también en la muerte.
Un ramo de crisantemos del invierno de Chile,
la luna fría del mes de junio de los Mares del Sur
y algo más: el combate de los pueblos, del mío,
y el redoble apagado de un tambor de luto en tu patria.
Hermano mío, soldado, qué sola es la tierra
para mí desde ahora
sin tu rostro que florecía como un cerezo
de oro,
sin tu amistad que fue pan de mi boca,
agua de mi sed, fuerza para mi sangre!
De tus prisiones que fueron como pozos sombríos,
pozos de la crueldad, del error y del dolor
te vi llegar y aceché en tus manos la huella
del castigo, en tus ojos busqué la espina del odio,
pero lo que traías era tu corazón radiante,
tu corazón herido sólo traía luz.
Y ahora?, me pregunto. Déjame ver, pensar,
imaginar el mundo sin la flor que le dabas.
Imaginar la lucha sin que tú me demuestres
la claridad del pueblo y el honor del poeta.
Gracias por lo que fuiste y por el fuego
que tu canción dejó para siempre encendido.


En España, son varios los poetas que se declaran deudores o próximos a la poesía de Nâzim Hikmet.

Quien con más constancia la ha reivindicado ha sido, sin duda, Antonio Gamoneda, que desde muy pronto se interesó por la poesía de Nâzim Hikmet, un poeta con el que compartía inquietudes sociales, políticas y estéticas, y cuya propia vida —sus largos años de privaciones en las cárceles de su país— lo acercaba a ese dolorido mundo de la posguerra que Gamoneda había conocido durante su infancia de niño pobre en los arrabales de León.

Hay un libro clave en la producción de Gamoneda donde la influencia del poeta turco es patente. Se trata de Blues castellano —escrito entre los años 1961 y 1966, pero, prohibidos por la censura muchos de sus poemas, no fue publicado en su totalidad hasta 1982—, que el propio autor reconoce deudor de dos influencias clave: la del poeta Nâzim Hikmet y del blues negroamericano: «Yo escribí (traduje, ya diré cómo) spirituals en castellano, y yo puse en mi lengua (también diré cómo) a Nâzim Hikmet. Sin este trabajo, creo que no habría existido mi blues».

Del interés de Gamoneda por la poesía de Nâzim Hikmet son buena prueba los poemas que de él tradujo por aquellos años en la revista Claraboya, reivindicados por su traductor/escritor en numerosas ocasiones, no solo en los artículos que sobre su propia poética reunió en El cuerpo de los símbolos, donde vuelve a insistir en que «Blues castellano tiene unos padres... Yo hice este libro dominado por dos fuerzas poéticas... el poeta turco Nazim Hikmet y las letras de los cantos negroamericanos», sino en la reciente edición de su poesía reunida, donde con el sugestivo título de «Mudanzas» recoge de nuevo estos poemas, con los blues y otros de Mallarmé, Plinio, Dioscórides, Trakl...

Las «mudanzas» de Gamoneda de los poemas de Hikmet están hechas a partir de la primera antología en francés que en Europa se conoció del poeta turco, obra de Hasan Gureh, publicada en Francia en 1951, apenas un año después de su liberación. Los poemas elegidos son «Domingo», de 1938; «El gigante de los ojos azules», de 1933; tres «Rubáiyátas», de 1945; «Don Quijote», de 1947; y «Angina de pecho», escrito en abril de 1948 tras sufrir el poeta uno de sus primeros infartos. Lo que la poesía de Hikmet proporcionó a Gamoneda fue, en palabras de éste, «la certificación de que la poesía no es social ni poesía si no se hace en un lenguaje de la especie poética» y no lecciones «en materia de ideología o de conducta ciudadana».

Y añade: "si la expresión del sufrimiento no produjese placer, yo habría respetado mucho a Nâzim, pero no habría gastado mi tiempo tratando de sentirle en mi lengua".

La relación entre la poesía de Nâzim Hikmet y Blas de Otero fue puesta de manifiesto por Víctor García de la Concha, quien en su estudio sobre La poesía
española de 1935 a 1975 escribe:

Como poeta, Blas de Otero se siente simple «eslabón de una cadena» que, reléase el soneto «Ayer mañana», va desde el cancionero popular «la primera palabra está escondida/ en la boca del pueblo...» a Nâzim Hikmet, pasando por Fray Luis, Quevedo, Rosalía, Machado, Vallejo...

Blas de Otero —además de citar a Hikmet en el poema inédito, dedicado al poeta búlgaro Nicolai Vaptzarov, que publicó en el número de la navidad de 1960 en Papeles de Son Armadans, en cuyos últimos versos reúne «todos los nombres que llevé en las manos/ (César, Nâzim, Antonio, Vladimiro,/ Paul, Gabriel, Pablo, Nicolás, Miguel)— dedicó al poeta turco sus «Cartas y poemas a Nâzim Hikmet», incluido en su poemario En castellano, prohibido por la censura. Cuando más de diez años después intentó burlar a los censores con la publicación de su antología Expresión y reunión, estos volvieron a suprimir el poema dedicado a Nâzim Hikmet:

CARTAS Y POEMAS A NÂZIM HIKMET

Puesto que tú me has conmovido,
en este tiempo en que es tan difícil la ternura,
y tu palabra se abre como la puerta de tu celda
frente al Mármara,
rasgo el papel y, de hermano a hermano, hablo contigo
(acaban de sonar)
las nueve de la noche)
de cosas que no existen: Dios
está escuchando detrás de la puerta
de tu celda,
cedida por amor al hombre: Nâzim Hikmet,
quédate con nosotros.

Que tu palabra entre entre las rejas de esta vieja cárcel
alzada sobre el Cantábrico,
que golpee en España
como una espada en el campo de Dumlupinar,
que los ríos la rueden hacia Levante y por Andalucía se
extienda
como un mantel de tela pobre y cálida,
sobre la mesa de la miseria madre.

Te ruego te quedes con nosotros,
es todo lo que podemos ofrecerte: diecinueve años
perdidos,
peor que perdidos, gastados,
más que gastados, rotos
dentro del alma:
ten
misericordia de mi espuria España.

Nunca oíste mi nombre ni lo has de oír, acaso,
estamos separados por mares, por montañas, por mi
maldito encierro,
voluntario a fuerza de amor,
soy sólo poeta, pero en serio,
sufrí como cualquiera, menos
que muchos que no escriben porque no saben, otros
que no hablan porque no pueden, muertos
de miedo o de hambre
(aquí decimos A falta de pan, buenas son tortas, se cumplió)

pero habla, escribe tú, Nâzim Hikmet,
cuenta por ahí lo que te he dicho, háblanos
del viento del Este y la verdad del día,
aquí entre sombras te suplico, escúchanos.


El año 1961, amigos comunes prepararon una cita entre Nâzim Hikmet y Blas de Otero, que debían encontrarse frente a las puertas de St. Germain des Près, en París. Sin embargo, aquella mañana, Otero, que se encontraba bajo los efectos de una de sus depresiones, no acudió y envió a Tachia a disculparle ante el poeta turco.

Ese mismo año, el Consejo Mundial de la Paz, presidido por Nâzim Hikmet, concedió la medalla de oro de la Paz a los presos políticos españoles. No es de extrañar, por tanto, que dos poetas como Hikmet y Marcos Ana, de experiencia vital tan próxima se conocieran —el poeta turco había salido de la cárcel diez años antes tras una huelga de hambre que había puesto en peligro su vida y consumir en prisión trece años de su vida, y el poeta español conocía la libertad veintitrés años después de haber sido encarcelado y condenado a muerte al concluir la guerra civil, cuando apenas contaba con diecinueve años—. En junio de 1973, con ocasión del décimo aniversario de la muerte de Nâzim Hikmet, tuvo lugar en París un coloquio al que fue invitado Marcos Ana. De su intervención entresacamos las siguientes palabras:

Si el hecho de haber pasado 23 años en una prisión me diera cierta autoridad ante ustedes, aunque sea una autoridad un tanto triste, querría utilizarla hoy aquí para ofrecer el homenaje de los poetas españoles, de los poetas demócratas revolucionarios españoles, a la vida y a la memoria de Nâzim Hikmet. En la cárcel, yo no conocía a Nâzim, pero en 1961 se desencadenó en Europa una campaña por mi libertad, y un día recibí una carta que venía de la Unión Soviética firmada por diferentes poetas entre los que se encontraba la firma del poeta Nâzim Hikmet. Fue entonces cuando comencé a conocerlo; era muy difícil encontrar sus poemas traducidos al castellano; los leímos en la clandestinidad, en la cárcel; después, en 1962, cuando salí de la cárcel, me invitaron al Congreso Mundial de la Paz, en Moscú, y allí tuve ocasión de conocer y abrazar a Nâzim Hikmet. Me parece que hay en nuestras vidas muchas cosas que son parecidas. Una fraternidad terrible y hermosa a la vez.

En su emotivo libro de memorias Decidme cómo es un árbol, Marcos Ana relata así su encuentro con Hikmet:

En aquél, mi primer viaje a la Unión Soviética, en 1962, me resultó especialmente entrañable conocer al poeta Nâzim Hikmet, un año antes de su dura muerte. Fue un encuentro de los que recordaré siempre, por la densidad humana de su vida y de su obra. La bondad de sus ojos azules y su frente pensativa hablaban en silencio de las cárceles turcas en las que había pasado muchos años encarcelado.
Un gran poeta popular, de versos entrañables, una voz cálida y profunda para la paz, para el amor, para «la inmensa humanidad», un término que le gustaba utilizar con la mayor ternura.
Nos unieron enseguida historias semejantes, palabras conocidas, palabras de hambre, de piedra y de hierro, de dolor y esperanza e intercambiamos los mismos sueños urdidos en las prisiones de Turquía y España.
No conocía aún su noble y grandiosa poesía, después apresé entre mis manos, como agarraría el pan la avaricia de un hambriento, un ejemplar de su libro Duro oficio el exilio, traducido por el escritor argentino Alfredo Varela. Me invadió su poesía, abrió en mí un camino muy hondo. Lo tengo, con otros libros amados, en la mesilla de mi alcoba y me sigue desvelando muchas noches y no pocas madrugadas, porque sus versos están muy cerca de mi corazón y del corazón del mundo.

Y el libro concluye con esta cita de Hikmet:

Has de saber morir por los hombres,/ y además por hombres que quizá nunca viste,/ y además sin que nadie te obligue a hacerlo,/ y además sabiendo que la cosa más real y bella es vivir.

En vasco, el poeta y filólogo Gabriel Aresti publicó en la editorial Lur, con la que luego rompió, traducciones de Castelao, Bertold Brecht, Blas de Otero y Nâzim Hikmet.

En catalán, Pere Gimferrer ha destacado los evidentes puntos de contacto existentes entre la poesía de dos «proletarios rebeldes», el catalán Joan Brossa y el turco Nâzim Hikmet: «...unas similitudes curiosas con Brossa: habla cotidiana, muy pocas imágenes y basándose en los giros y la fuerza de los elementos cotidianos darlos a convertirse en elementos de poesía».

Un verso y el nombre de Nâzim Hikmet aparecen en exergo en el poema de Brossa «Sobre la vida», incluido en su poemario La porta, de 1954.


No solo los poetas se interesaron por la obra y la persona de Hikmet. José Caballero —figura mayor de las vanguardias del siglo pasado—, que colaboró con García Lorca en La Barraca, fue amigo de Neruda, Alberti y Bergamín, y realizó las portadas de algunos de los libros de Gerardo Diego, Luis Rosales y Leopoldo Panero, tiene un cuadro de 1970 titulado «La larga noche de Nâzim Hikmet». Y Alberto, otra figura importante de nuestras vanguardias de la Edad de Plata, fue amigo de Hikmet durante el exilio de ambos en Moscú, como atestigua una de las fotos que cierran este posfacio.

Cabe decir, en conclusión, que la recepción de la obra de Nâzim Hikmet en España fue relativamente tardía y no es casual que fuera conocido a través de sus traducciones al francés, como hemos visto en los casos de Gamoneda, Otero y Marcos Ana. No obstante, se benefició de la presencia en nuestro país de Solimán Salom, un ciudadano turco de origen sefardí afincado en Madrid a quien se debe la primera antología de poetas turcos contemporáneos publicada en español durante la excelente primera etapa de la colección Adonais de poesía, pero también la primera biografía rigurosa publicada en el mundo sobre Hikmet y una interesante antología de poemas que ha conocido varias reediciones y fue la que, verdaderamente, dio a conocer al poeta en España, junto a las que ya circulaban en la América hispana desde dos décadas antes, a raíz de las primeras traducciones al francés, en particular Duro oficio el exilio, publicada en 1959 por la editorial bonaerense Lautaro, reeditada en 1975 por el Instituto Cubano del Libro y en 1976 y 2002 por Batlló en Barcelona. Previamente, en Buenos Aires había aparecido una breve antología; en 1961, con ocasión de la visita de Hikmet a La Habana, la librería La Tertulia había publicado La miel de la esperanza y otros poemas precedidos de un mensaje a los poetas, y en 1964 Ariadna había editado, también en Buenos Aires, Leyenda de amor, pieza en tres actos y cinco cuadros. Como puede apreciarse, la poesía de Nâzim Hikmet recibió inicialmente una más amplia acogida en América. Mientras en España la dictadura hacía imposible, como en su propio país, que se publicara su poesía, en América los vientos revolucionarios que soplaron al calor de la Revolución cubana y los breves paréntesis de libertad que se produjeron permitieron una más amplia difusión de su obra durante la segunda mitad del siglo pasado.

Fernando García Burillo